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Transformando la vida pública desde los parques y plazas

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Por Román Meyer Falcón*

La historia de la ciudad es la historia de su espacio público: el lugar de representación, pluralidad, multifuncionalidad y memoria, donde la sociedad se manifiesta colectivamente. Los parques y plazas son ejemplos de ello, pues, en principio, son accesibles a todas y todos —permitiendo la convivencia pacífica y respetuosa— y fundamentales para el ejercicio de la ciudadanía.

Por su forma y condiciones de acceso, los parques y plazas son espacios ideales para el entendimiento común y el ejercicio de la libertad y los derechos civiles. En la actualidad, actúan como centros de barrio y fomentan el encuentro comunitario, contribuyendo a la identidad y sentido de pertenencia individual y colectiva.

Sin embargo, el papel que tienen hoy las plazas y los parques en las ciudades mexicanas se alcanzó después de amplios procesos históricos. En las culturas prehispánicas, la plaza era un espacio simbólico para la participación de la gente común en ceremonias rituales y actividades comerciales y políticas. Con la llegada de los españoles, adquirió funciones mercantiles y de intercambio, y se convirtió en escenario de diversas actividades culturales y cívicas, desde procesiones hasta ejecuciones civiles.[1]

Hacia el fin de la Colonia, las plazas mexicanas comenzaron a transformarse, disminuyendo sus funciones comerciales y aumentando las actividades recreativas. En ese momento, la plaza mexicana se constituyó como hoy la conocemos y fue este modelo el que sirvió para reproducirla cuando, a partir de la década de 1940, el país experimentó un enorme crecimiento demográfico, que requirió la construcción de espacios públicos para el esparcimiento.

A diferencia de las plazas, la historia de los parques es más reciente, pues se remonta al final del siglo XVIII. En ese tiempo, se hicieron espacios para el ocio de la burguesía española y criolla. Fueron así lugares dedicados exclusivamente al disfrute de una parte de la población. Esta tendencia se mantuvo durante todo el siglo XIX y en los primeros años del siglo XX, cuando se creó la primera sección del Bosque de Chapultepec para uso exclusivo de las clases altas de la ciudad.

Los parques abiertos a toda la población surgieron después de la Revolución, por diversos factores como los cambios políticos en favor de la justicia social, el desarrollo del deporte moderno y organizado, la expansión poblacional y el avance de los derechos humanos. Así, en la segunda mitad del siglo XX se construyeron la mayoría de los parques públicos a nivel federal, estatal y municipal, de diferentes escalas y con funciones también diversas.

Con lo anterior, queda claro que los parques y las plazas son espacios heterogéneos que han sido moldeados de acuerdo con las condiciones sociales y políticas de cada tiempo, reflejando necesidades, valores, y aspiraciones específicas. En ese sentido, hoy en día son lugares que responden, sobre todo, a una sociedad diversa que exige mayor inclusión, reconocimiento de derechos y bienestar general, lo cual los hace necesarios para el desarrollo sostenible.

Hay evidencia de que los parques y plazas ofrecen múltiples beneficios a las comunidades, impactando positivamente en la salud física y mental de las personas y mejorando el entorno social, la economía y el medio ambiente. Sus ventajas se pueden ver en: la salud física, la salud mental, la cohesión social, la cultura ciudadana, la seguridad, el desarrollo infantil, el medio ambiente y la economía local entre otras.

Por ello, en este sexenio, la Sedatu construyó, renovó o rehabilitó mas de 300 parques y plazas en 26 estados del país: desde pequeñas plazas, plazoletas o parques de edificios gubernamentales, centros culturales y educativos, unidades habitacionales o centros de barrio, hasta zócalos y parques principales de ciudades importantes. Lo anterior, con el objetivo de transformar la vida pública desde el territorio.

Todos estos espacios forman parte de una estrategia mayor del gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador, cuyo fin consistió en recuperar la arquitectura como una herramienta poderosa de cambio social. Por medio del Programa de Mejoramiento Urbano de la Sedatu, al día de hoy se construyeron casi 1,300 obras durante el sexenio, con un diseño arquitectónico que, más allá del tema estético, otorga a los espacios gran calidad y funcionalidad. Una tarea que se realizó de norte a sur del país, con el compromiso de todo un equipo que trabajó tanto en el escritorio como en el territorio.

Así, las comunidades beneficiadas, la mayoría con altos niveles de marginación o rezago social, usan de manera gratuita espacios dignos, cómodos, adecuados que generan identidad, arraigo y orgullo. Estas acciones, que forman parte de #LosCimientosdelaTransformación, abrieron una nueva faceta en la ejecución de obra pública en el país.

Habrá que continuar con este trabajo en todos los rincones del país, desde todos los niveles del gobierno, reafirmando la importancia de que el Estado retome la rectoría sobre el territorio en favor del bienestar común.

[1] Anthinea Blanco y Dillingham Reed, La plaza mexicana: escenario de la vida pública y espacio simbólico de la ciudad, México, PUEC-UNAM, 1984.

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