Por Gustavo López Padilla*
En arquitectura identificamos obras que dada su naturaleza, ubicación, usos cotidianos o la calidad compositiva, formal y espacial con la que cuentan, con el tiempo se cargan de significados y valores que la sociedad identifica hasta un punto tal, que van logrando paulatinamente reconocimiento y un cierto nivel de trascendencia. Lo anterior hace la diferencia entre lo que simplemente es construcción y lo que verdaderamente podemos considerar como arquitectura. Esto sucede cuando el público en general, por diversas razones, se apropia de las obras a partir de su uso cotidiano, pasando a formar parte significativa de la vida colectiva. Hablamos de una parte de la ciudad o una obra arquitectónica en específico, que a partir de la calidad vivencial de sus espacios, representa, fomenta lazos y valores, enriqueciendo lo que tiene que ver con el conjunto de la cultura de la misma comunidad. Llegar a este punto de consideraciones de valor en las obras, es desde luego, uno de los ideales que los arquitectos se proponen alcanzar al realizar sus proyectos y llevarlos hasta el nivel de su construcción. Lo anterior se vuelve todavía mas trascendente, cuando las obras desde su origen tienen un carácter comunitario.
Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, vamos a reflexionar en adelante sobre los resultados del proyecto denominado Casa de Cultura y Escuela de Música, ubicado en la calle Coronel Gregorio Méndez Magaña, Centro, 87453, esquina con la calle Antonio Ruiz, en la pequeña ciudad de Nacajuca, que forma parte de la región de la Chontalpa, a 24 km de la ciudad de Villahermosa, capital del Estado de Tabasco, México. Nacajuca cuenta con una de las mayores concentraciones de población indígena maya-chontal y su población total es de 86,105 habitantes, según el censo del 2020. La obra sobre la que reflexionamos ahora forma parte de un programa federal de la SEDATU, que impulsa el mejoramiento social para comunidades de escasos recursos y con un alto índice de marginación y violencia. En este sentido volvemos a tener presente como la arquitectura, a través de las calidades y diversidades de sus espacios resultantes y las actividades que ahí se realizan, puede contribuir a mejorar las conductas colectivas, convirtiendo el lugar en un sitio de convivencia e intercambio positivo de experiencias vitales y culturales.
El proyecto fue realizado por el llamado Colectivo C733, constituido por la arquitecta Gabriela Carrillo y los arquitectos Erick Valdez, Israel Espín, José Amozurrutia y Carlos Facio (TO), todos egresados de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. Formando parte también del equipo de desarrollo del proyecto, participaron Álvaro Martínez, Fernando Venado y Eduardo Palomino. La obra en cuestión fue terminada en el mes de mayo del año 2021, contando con un área de desplante de 3,350.00 m2 y una superficie de construcción de 1,325.00 m2.
En términos urbanos, la ciudad de Nacajuca cuenta con una superficie de 488.37 km2 y trazo irregular de sus calles un tanto orgánico. En este contexto, el proyecto de la Casa de Cultura y Escuela de Música, se ubica con naturalidad en el tejido de la ciudad, aprovechando las preexistencias de cimentación que se encontraban en el lugar, un terreno en esquina que dada su superficie disponible, permite el aprovechamiento de las cuatro orientaciones posibles, buscando en la solución de proyecto, disponer con eficiencia de los vientos cruzados que corren de norte a sur, afrontando de esta manera el clima en el sitio cálido y húmedo, con una temperatura media anual de 26.4 grados centígrados, con abundantes lluvias en verano. La escala del proyecto resultante es amable para el contexto cercano, lo que aunado a su atractiva presencia arquitectónica y las actividades que se realizan ahora en el lugar, lo han convertido ya en una referencia sustancial para la vida social de la comunidad, que se ha ido apropiando de las instalaciones ahora disponibles. Hacia el sur, entre el conjunto de proyecto y un pequeño arroyo, lamentablemente en malas condiciones ambientales, se genera un discreto espacio público, pequeña plaza abierta a la comunidad en general.
En términos arquitectónicos el proyecto fue resuelto mediante dos volúmenes regulares, expresivos, ordenados ambos compositivamente mediante un claro sistema modular, contando adicionalmente con un espacio entre ambos edificios, a manera de una calle interior controlada y descubierta. Un primer volumen domina la esquina urbana principal, entendido como lugar flexible comunitario de usos múltiples y el segundo como talleres de música y servicios. En el lugar de usos múltiples se pueden desarrollar asambleas comunitarias, exposiciones diversas, convenciones, bailes o conciertos musicales. En los talleres se aprende y practica música de diversa naturaleza, actividad que forma parte de la naturaleza creativa, cultural, sensible y expresiva de la propia comunidad. El espacio calle entre ambos edificios, se convierte en una extensión natural de las actividades de los espacios interiores, diversificando las posibilidades de uso del conjunto.
Los dos volúmenes resultantes en el proyecto, cuentan con alturas generosas, delimitados verticalmente mediante atractivas cubiertas inclinadas, propiciando continuidades formales y espaciales, buena iluminación y ventilación naturales. Constructivamente se utilizan muros anchos de barro aparente como apoyos básicos y cubiertas resueltas mediante estructuras metálicas ligeras, madera local de coco y tejas de barro, propiciando imágenes formalmente agradables, en las cuales el color, textura y claroscuros de los materiales empleados juegan un papel importante, definiendo así la presencia urbano arquitectónica del proyecto. El planteamiento constructivo del proyecto, mezcla razonablemente lo artesanal con una cierta industrialización sistemática, lo que permitió una buena participación en su edificación, de la propia comunidad de Nacajuca.
Algunos criterios de carácter ambiental, partiendo desde la utilización de la madera local de coco, estableciendo con ello ciclos de aprovechamiento, uso del material y su renovación productiva natural, aunado a iluminación y ventilación naturales, se suman a la reutilización del agua de lluvia y manejo de aguas residuales, que tratadas en conjunto, alimentan con condiciones y criterios ambientales positivos el curso del arroyo que corre próximo al proyecto, definiendo así una nueva postura ecológica, en lo que tiene que ver con el conjunto de la vida activa de la comunidad y su relación armónica con el arroyo mencionado.
Al final del camino, estamos ante un proyecto sencillo, flexible, claro funcionalmente, bien resuelto, formalmente atractivo, bien insertado en la trama del tejido de la ciudad, que se traba naturalmente con la vida cotidiana de la comunidad, impulsando realidades, actividades, conductas y valores sociales, que pueden colaborar en la mejora de la vida colectiva. El tiempo determinará el grado de aceptación, integración e identificación con la vida cotidiana de la comunidad. Este proyecto realizado por renovadas generaciones de arquitectos mexicanos, ha comenzado a ser reconocido nacional e internacionalmente, apareciendo en diversas publicaciones recientes, entre las que podemos mencionar la revista mensual italiana Casabella, creada desde 1928 por Guido Marangoni.
Fotografías: Yoshihiro Koitani.
*Gustavo López Padilla
Arquitecto
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