Por Carmen Contreras*
La experiencia de caminar la Ciudad de México es diferente de acuerdo al género, la clase social, la edad y el origen étnico por varias razones, entre ellas:
- La identificación del cuerpo como objeto de la violencia cuando depende de terceros para desplazarse por la ciudad. Por ejemplo, tratos groseros son una conducta aceptada hacia las personas adultas mayores cuando caminan por la calle. Los elementos del espacio construido no consideran el andar a tiempos diferentes entre jóvenes y viejos. Es la ciudad hostil.
- El rezago histórico de la presencia de las mujeres en el espacio público. A ello se suma la sexualización del cuerpo femenino, principalmente de las jóvenes. Las ciudades no les brindan condiciones para que al caminar sean invisibles para el acoso sexual y la peor violencia feminicida pero muy visibles como personas con derechos. Al respecto, el dato es demoledor: En el 2019, el 53% de los feminicidios fueron de mujeres entre los 15 y los 34 años. (Ver en: https://mexico.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2020-nuevo/diciembre-2020/violencia-feminicida)
- La discriminación de los grupos que “no pertenecen” a lo que consideramos “hegemónico”, “natural”, “próspero”, “capaz” desde una construcción colectiva del miedo, la resistencia a la comprensión de las desigualdades sociales y los prejuicios individuales. Sucede con las y los jóvenes de las “tribus urbanas”, los pueblos originarios, las mujeres trans, las personas sin techo, migrantes, etc.
- La idea de la separación de lo público y lo doméstico como ámbitos que nunca se tocan. Esa idea machista de que “lo que pasa en casa se queda en casa” y no es un problema público. En esa lógica, la denuncia de la violencia doméstica ante autoridades no prospera aún cuando sus efectos son visibles en la calle en donde miles de cámaras registran las identidades de las víctimas y agresores. Las cámaras no desalientan la violencia contra las mujeres. Su información llega a ser inútil.
- La idea popular de que “si no pasa en mi casa, lo demás no importa”. Hay poca ética comunitaria sobre cuidar de otros en la ciudad hostil. ¿Cómo ejemplificar la falta de compromiso ciudadano por los otros en la ciudad? Con una frase corriente: “una banqueta rota no me interesa puesto que yo no camino por ahí”.
Actualmente, con el enfoque de los cuidados y la crisis de la pandemia, es más evidente lo que representan las distancias y el tiempo en nuestro andar por la calle. Desde poner un pie fuera de casa, hasta abordar el transporte público, a la hoguera del temor a ser agredidas sexualmente, o asaltados, se le agrega el miedo al contagio.
Al inicio de este siglo Francesco Tunocci hablaba de que los niños y niñas en las escuelas llegaban desde un lugar y lo que pasaba con ellos en los trayectos hacia su centro de estudio influía en su aprendizaje y deseo de seguir estudiando. De ahí nace la idea de los “senderos seguros” para las y los escolares.
La “geografía del barrio” que creó Tunocci, se retomó en Argentina en el barrio Núñez de Buenos Aires. Los “senderos seguros” en el sur del continente fueron pensados como una intervención coordinada de actores públicos y privados en donde la seguridad vial, la comunicación con las policías de proximidad, -o policía del barrio como la conocemos en la Ciudad de México-, su capacidad de respuesta cálida y eficiente ante las amenazas en los trayectos fueron la clave para su éxito. El “embellecimiento” de los espacios era, por decirlo de manera simple, algo necesario pero no la respuesta al objetivo principal: mejorar no solo la sensación de seguridad en el trayecto de la casa a la escuela, sino cambiar la forma de socializar en toda una comunidad bajo la idea de cuidarse mutuamente, con interés en los más vulnerables.
En la capital, el gobierno ha presentado su versión de los “senderos seguros” para erradicar la violencia contra las mujeres. “Camina Libre, Camina Segura”, de acuerdo a la Secretaría de Obras y Servicios de la Ciudad de México, tiene como objetivo “…garantizar una mayor seguridad a las niñas y mujeres en diversas vialidades de la capital.” Flaco favor hace a este programa una presentación así. El modelo que otorga prioridad al auto ha creado espacios inseguros y, bajo las palabras de los encargados de Obras, lo único que pueden hacer es poner luminarias, plantas, “botones de pánico” y murales coloridos. De la responsabilidad comunitaria y una eficiente coordinación entre ciudadanía y autoridad, ni se habla. Tampoco del cambio intelectual de la policía capitalina que pronto será sustituida por la Guardia Nacional o de cómo cambiar la idea machista de que nosotras salimos a buscar que nos agredan por caminar solas en la noche por el sendero embellecido.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género