POR BERNARDO FARILL.
En todas las ciudades hay que lidiar con hechos y fenómenos. Uno de los fenómenos favoritos de todos los que trabajamos en RFC es un clásico: los Juegos Olímpicos. No sólo nos gusta por el sabor a fiesta, a feria ambulante cargada de novedades y regalos y la ilusión de que todo está bien en el mundo, sino por lo que causa en las ciudades anfitrionas: la expectativa, la emoción y la inminente quiebra financiera posterior. A diferencia del mundial de futbol, que debe organizarse a nivel país, los Juegos Olímpicos se organizan, saborean y sufren a nivel ciudad.
Antes, las ciudades se peleaban por ser una sede Olímpica. Desgraciadamente hoy ya no existe una pelea real entre los contendientes, y de un rato para acá el “ganador” es el perdedor, forzado por una agenda política, por relaciones públicas internacionales o porque no tuvo contendientes serios. La oposición vecinal, el miedo al exceso de atención recibida, la percepción de impotencia financiera o de planeación han sido factores reales bajo los cuales diversas ciudades han retirado sus candidaturas. Otros dicen que es una irresponsabilidad que un gobierno “A” herede a su sucesor “B” un compromiso de ese tamaño. Se suele comparar a cuando los gobiernos elaboran sus planes de desarrollo urbano al final de su gestión y se lo imponen al gobierno entrante.Nuestro punto de vista es que en la planeación a largo plazo los compromisos son sociales y que bajo advertencia no hay engaño.
Lo cierto es que pocas fuerzas tan grandes modifican una ciudad de forma tan decisiva. Los Juegos Olímpicos son en verdad lo contrario de una guerra: cambian el paisaje urbano y financiero con la misma fuerza pero por las buenas. Bueno, quién sabe si por las buenas, pero al menos con un esquema organizado y predecible.
Hoy en la Ciudad de México todavía disfrutamos y presumimos la infraestructura y cambios que provocaron los JO de 1968. Todavía presumimos la organización, llevamos turistas a ver el estadio, los multifamiliares, los frontones, la alberca… Ese mismo equipamiento sigue probándose vital en la vida diaria de la Ciudad de México.
Los Juegos Olímpicos desbordan la capacidad de una ciudad, que a su vez se endeuda para generar una infraestructura planeada a corto plazo para resolver este fenómeno y, al acabarse, resultan ser una inversión excesiva sin uso ni ubicación real. En otras palabras: se construye una manada de elefantes blancos para verlos desfilar un día. La captura de energía (y de valor) de los flujos masivos y repentinos es todavía un reto. Nos pasa lo mismo (a otra escala) con las peregrinaciones anuales a la Basílica de Guadalupe, o con los alrededores del estadio Azteca: pasamos de las hordas a las calles abandonadas de un día al otro sin generar beneficios o derramas económicas importantes.
Utilizarlos Juegos Olímpicos como un factor de cambio urbano planeado ha sido subutilizado. Barcelona lo hizo, cuidadosa y metódicamente y la apuesta le salió. La Barcelona pre-olimpiadas necesitaba una revolución para cambiar todas sus políticas e infraestructura urbana de golpe y la halló en los JO de 1992. No sólo ha sido la ciudad que “menos peor” le ha ido, sino que a la larga salió ganando.
La Ciudad de México de hoy tiene varios huecos legales y urbanos que podrían beneficiarse de una meta común en la renovación urbana(pensemos en el terreno del Aeropuerto, la planta de asfalto, lo que queda de la Refinería 18 de Marzo, lo que queda de canales en Xochimilco…). El desarrollo inmobiliario tendría nuevos valores y zonas de acción, el transporte público estaría forzado a crecer (porque ni la contingencia ambiental ha logrado esfuerzos notables). Tendríamos la excusa que necesitamos para hacer las grandes inversiones requeridas.
Pongo esta opción en la mesa porque nuestra Ciudad necesita más inversión bajo una meta congruente y a largo plazo. Necesitamos más “boom” y menos burbujas inmobiliarias. No es utópico, ya lo hicimos una vez. No es suicidio financiero: las siguientes Olimpiadas que aceptan candidaturas son en 2028, ¿Nos bastan 12 años para planear y llevar a cambio un cambio general de la Ciudad de México? Veamos que tan optimistas se sienten.
Bernardo Farill. Urbanista, Director de R+F+C.
@bernardofarill