Por Sergio Hernández Galindo
En el año de 1912, el alcalde de la ciudad de Tokio, Yukio Ozaki, obsequió a los Estados Unidos cerca de 3 mil árboles de cerezo que se plantaron en la capital de ese país. En los siguientes años la ciudad de Washington se vio inundada de millones de cerezos en flor que empezaron a pintar con su color todo el paisaje de la capital norteamericana al inicio de la primavera.
En la Ciudad de México hubo un intento para plantar miles de árboles de cerezo. El presidente Pascual Ortíz Rubio durante su estancia en el cargo (1930-1932) solicitó al gobierno japonés la donación de ese tipo de árboles para colocarlos en las avenidas principales de la ciudad como símbolo de amistad entre ambos pueblos. El Ministerio del Exterior de Japón le pidió a un emigrante que ya tenía décadas de residir en México, Tatsugoro Matsumoto, su consejo para determinar si era factible que la flor se adaptara a las condiciones de la ciudad. El emigrante explicó a ambos gobiernos que la floración del cerezo era poco probable que se realizara debido a que se requería un cambió mucho más brusco de temperatura entre el invierno y la primavera que la Ciudad de México no experimentaba. De este modo el proyecto quedó desechado ante la experta recomendación de Matsumoto.
Tatsugoro fue uno de los primeros emigrantes que arribó a México, justo un año antes de la primera emigración masiva de pioneros japoneses a Chiapas en el año de 1897. Matsumoto en realidad fue de los primeros inmigrantes a América Latina ya que antes de ingresar a México, había trabajado años atrás en Perú. Tatsugoro fue invitado al país andino por Oscar Heeren para crear un jardín japonés en uno de los lugares más famosos de la ciudad de Lima, la denominada Quinta Heeren. En ese lugar Tatsugoro conoció a un rico hacendado y minero mexicano, José Landero y Coss, quien quedó maravillado por la obra que realizó Matsumoto. Landero invitó a Matsumoto a su Hacienda de San Juan Hueyapan, cercana a la ciudad de Pachuca, para que creara un jardín del mismo tipo con su lago artificial.
Tatsugoro, después de realizar el jardín en la hacienda de Landero, retornó a Japón para visitar a su esposa, aunque ya con la firme intención de establecerse definitivamente en México. En el transcurso de regreso, realizó una corta estancia en Estados Unidos donde trabajó en el mantenimiento del gran jardín japonés que se construyó como parte de una exposición internacional que tuvo lugar en el año de 1894 en la ciudad de San Francisco, en el Golden Gate Park. Cuando ingresó a México en 1896, Matsumoto no se imaginó que ya no volvería nunca a Japón y que moriría en México en 1955 a la edad de 94 años.
En el tiempo en que llegó Matsumoto a México, la Colonia Roma era uno de los barrios más elegantes de la ciudad, y fue el lugar preferido donde los nuevos ricos surgidos durante el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911) construyeron sus residencias. Las casonas tenían una extensión de jardín por lo que surgió la necesidad de tener a alguien que estuviera al cuidado de esos espacios. Matsumoto, sin duda, era el indicado para diseñar y cuidar los jardines de las residencias elegantes de todo el barrio pues más que un jardinero, era como algo semejante a un arquitecto paisajista ya que en Japón se había graduado como ueki-shi. Esta actividad era altamente reconocida desde la era Muromachi (1336-1573) cuando el gusto por los jardines, los arreglos de flores y la llamada ceremonia del té hizo que surgieran este tipo de profesiones. Posteriormente, durante la época Tokugawa (1603-1868), el crecimiento de las ciudades y el surgimiento de capas de la sociedad interesadas en el ocio y la diversión (ukiyo o mundo flotante) permitieron su reconocimiento masivo.
Gracias a su intenso trabajo y a la belleza de sus trabajos, Tatsugoro Matsumoto empezó a ser apreciado dentro de los sectores acaudalados de la sociedad porfiriana. En el año de 1900 el periódico editado en inglés, Mexican Herald1, ya daba cuenta del emigrante japonés; su fama llegó a los oídos del propio Porfirio Díaz y de su esposa Doña Carmelita. El presidente lo invitó a hacerse cargo tanto de los arreglos florales de la residencia presidencial instalada en el Castillo de Chapultepec como del mismo bosque que rodeaba el majestuoso castillo.
En el año de 1910 suceden dos grandes acontecimientos que marcaron la vida de Tatsugoro. En septiembre de ese año se celebró el primer centenario de la independencia de México. Para tan importante conmemoración, el gobierno del presidente Díaz invitó a representantes de los gobiernos amigos de México. Japón envió una delegación de alto nivel encabezada por el barón Yasuya Uchida y su esposa; la Legación de Japón en México patrocinó una importante exposición de productos japoneses en el “Palacio de Cristal” que hoy se conoce como el Museo del Chopo. A un costado del palacio, Matsumoto montó un jardín con un pequeño lago artificial que inauguraron el propio presidente Díaz y la delegación diplomática japonesa.
En ese mismo año, Sanshiro Matsumoto, hijo de Tatsugoro, arribó de Japón en busca de su padre del que no tenía noticias. Sanshiro logró poner en ordenar la parte administrativa del negocio a la que su padre no ponía cuidado. Ambos empezaron entonces a crear un gran emporio a pesar de las enormes dificultades que representó el inicio del movimiento revolucionario en México.
Al estabilizarse la situación política después del enfrentamiento armado, los Matsumoto recomendaron al presidente Álvaro Obregón (1920-1924) plantar en las principales avenidas de la ciudad de México árboles de jacaranda que Tatsugoro había introducido desde Brasil y reproducido en sus viveros. Las condiciones climatológicas eran las adecuadas para que al inicio de la primavera el árbol floreciera, además Tatsugotro consideró que la flor duraría más tiempo ante la ausencia de lluvia en la Ciudad de México durante esa temporada.
En los años siguientes, los Matsumoto comprarían una casa en la Colonia Roma donde además instalaron uno de sus viveros para reproducir las plantas y árboles que cultivaban con gran esmero. En el año de 1922, la joven Maso Matsui llegó a México para casarse con Sanshiro; ella y su suegra abrirían una florería en la parte frontal de su casa. En la tienda se vendían arreglos florales para las fiestas y ceremonias de distinto tipo como casamientos; la florería durante las siguientes décadas adquirió fama como el lugar más importante en su género donde los sectores acomodados de la sociedad se surtían de arreglos florales únicos en su tipo.
Las relaciones cercanas que los Matsumoto mantenían con los propios presidentes y con importantes políticos de la República fueron de gran utilidad para los años que vendrían al desencadenarse la persecución de las comunidades japonesas que el gobierno norteamericano en todo el continente puso en marcha como consecuencia de su enfrentamiento con Japón. Tatsugoro y Sanshiro se convirtieron en los representantes y gestores de la comunidad japonesa ante las autoridades mexicanas cuando el gobierno ordenó la concentración de la población de origen japonés en la ciudad de México y Guadalajara en el año de 1942. Tatsugoro fue uno de los que encabezó el Comité de Ayuda Mutua, Kyoei-kai, organización que crearon los emigrantes para ayudar a los japoneses que de pronto en los primeros meses de ese año llegaron de otros lugares para ser concentrados. El Kyoei-kai abrió sus oficinas en el barrio de San Cosme, lugar donde las familias que arribaron pudieron albergarse de manera temporal. Sin embargo; fue tan grande su número que los Matsumoto instalaron en su hacienda de más de 200 hectáreas de superficie denominada El Batán ( que se localizaba en lo que hoy es la Unidad Independencia al sur de la Ciudad de México), un albergue donde más de 900 emigrantes pudieron radicar en momentos tan difíciles.
Posteriormente Sanshiro, Luis Tsuji y Alberto Yoshida buscaron un lugar donde los concentrados tuvieran una vivienda y a la vez un lugar para cultivar sus propios alimentos. Fue así que se compró una vieja hacienda cercana a Cuernavaca, la Hacienda de Temixco, donde las familias más necesitadas pudieron pasar los años que duró la guerra, cosechando verduras y arroz. Sanshiro al haberse naturalizado como ciudadano mexicano le fue permitido hacerse cargo de la compra de la Hacienda debido a que los bienes y las cuentas bancarias de los ciudadanos japoneses habían sido confiscados.
Durante esos difíciles tiempos, el árbol de jacaranda se reprodujo ampliamente en la ciudad de México y otros lugares al grado de considerarse como flor nativa. El consejo de Tatsugoro fue certero y visionario por lo que hoy podemos disfrutar de nuestro hanami (fiesta de observación de flores) con las jacarandas que en los meses de marzo y abril se nos aparecen de pronto como magia y nos recuerdan que los Matsumoto siguen con nosotros.
Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de México donde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre la emigración japonesa a México como a Latinoamérica.
Su más reciente libro Los que vinieron de Nagano. Una migración japonesa a México (2015) aborda las historias de los emigrantes provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido libro La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro, migrantes vigilados explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad japonesa décadas antes del ataque a Pearl Harbor en 1941.
Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en Universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina así como en Japón donde fue parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue becario de Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama. Actualmente es profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.