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Paisaje Sonoro

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Por Jimena Peña Uribe*


¿Alguna vez has extrañado el sonido del carrito de los camotes, del ropavejero o hasta del mismo traqueteo de la ciudad? Yo sí.

Ahora mismo estoy estudiando en España y aquí ni un perro ladra. De vez en cuando me despierta el sonido de las cotorras verdes que tanto me gustan que, por cierto, son consideradas una especie invasiva, eso quiere decir que fueron importadas, principalmente, como ave de jaula, pero accidental o deliberadamente acabaron viviendo en el medio natural donde encontraron refugio, alimento, un clima similar y capacidad para reproducirse; sin embargo, su expansión amenaza a otras especies nativas (lo mismo pasa en la CDMX).

El paisaje sonoro es una parte integral de cualquier ciudad y es característico a la cultura, sociedad, entorno y actividad. Es todo aquello que escuchamos y notamos todos los días, regular o excepcionalmente: en México es el silbido del camotero, la grabación chillona del ropavejero, los perros ladrando, las aves locales, el viento y la lluvia en verano, el sonido de los cláxones y la gente gritando, el traqueteo de los albañiles trabajando, la música que suena de noche y de día, la gente hablando, su acento, sus palabras y sus chistes, entre muchas otras posibilidades.

En su libro “Los Ojos de la Piel”, Juhanni Pallasmaa explica que el sentido primigenio es el oído, pues fue el lenguaje la primera herramienta para transmitir conocimiento y formar una sociedad humana. Esto es altamente notable en arquitecturas pasadas, por ejemplo, en las iglesias góticas con sus espacios altamente sonoros, o en las pirámides de Teotihuacán, en donde el espacio está perfectamente calculado para que el sonido de un aplauso regrese en forma de canto de quetzal.

Fue a partir de la escritura que el sentido del oído fue gradualmente sustituido por el de la vista e, inevitablemente, influyó la manera de proyectar la arquitectura. (Pallasmaa, 2021) Le Corbusier escribe “El hombre mira la creación de arquitectura con sus ojos, que están a 170 centímetros del suelo”. A través de la aparición gradual de un observador incorpóreo, el ojo conquista el campo de la arquitectura. Este proceso va desde el descubrimiento del dibujo en perspectiva en Grecia, donde la arquitectura aún tiene una fuerte plasticidad y elemento táctil, hasta la época contemporánea, en la que el ojo tecnológicamente expandido conquista a través de planos bidimensionales y digitales la proyección de arquitectura.

Hoy en día parece ser que la arquitectura contemporánea se centra más en el propio discurso arquitectónico, en vez de tratar de dar respuestas a cuestiones existenciales humanas. Esto implica que el campo del urbanismo y planificación de ciudades se ve aún más afectado a causa del ocularcentrismo, pues desde las plantas de ciudades ideales renacentistas hasta los principios funcionalistas de la zonificación urbana (Fig. 1), las ciudades se planean desde la “higiene de lo óptico”. Trazas de mapas que son visualmente atractivos, pero completamente inhabitables y disfuncionales.

Es cierto, vivimos en una sociedad ocularcentrista, pues es la vista el único de los cinco sentidos capaz de seguir el alto incremento de la velocidad en el mundo tecnológico. Sin embargo, esto no quiere decir que los otros cuatro sentidos desparezcan, sino que se vuelven difícil de contemplar. En el caso del paisaje sonoro urbano, por ejemplo, se vuelve difícil la escucha contemplativa a causa de la abundante contaminación auditiva de las ciudades actuales.

Sonidos de baja frecuencia que en la naturaleza se presentan como tormentas, truenos, explosiones volcánicas o el silbido de tornados, hoy se presentan de manera cotidiana en la ciudad como ruido de máquinas, construcciones o sirenas de automóviles. Estos sonidos, por naturaleza, nos ponen en modo alerta y nos estresan. No es de extrañar que gran parte de la población actual camine por la ciudad con los audífonos puestos a todo volumen y trate de evitar escuchar lo que le rodea.

Ahora bien, a pesar de que el paisaje sonoro urbano se conforma por mucho ruido o sonidos molestos, es posible cambiar este aspecto. En algún momento las ciudades fueron conformadas por callejuelas estrechas enmarcadas por edificios, las fachadas de esos edificios servían para rebotar el sonido de los habitantes en la calle y en las plazas, devolviendo así a la ciudad un paisaje sonoro vivo, abundante y sumamente variable. Hoy esas calles se han convertido en autopistas de doce carriles, que no solamente crean una frontera casi inquebrantable para todo aquel que no se encuentre dentro de un coche, sino que inundan la ciudad con el ruido de los automóviles, motores, cláxones, tráfico, humo asfixiante.

Y no estoy tratando de romantizar de manera nostálgica las ciudades antiguas, pero en una época en donde el interés por el paisaje está despertando a causa del turismo y la posibilidad de viajar a lugares lejanos, es importante mostrar que “el paisaje no es una entidad cerrada sobre sí misma, sino que ofrece muchas caras como tema de estudio”. (Maderuelo, 2019)

Que comúnmente la proyección de arquitectura se base en el sentido de la vista, no quiere decir que no existan espectaculares proyectos que toman en cuenta el paisaje sonoro y otros sentidos. Un gran ejemplo al respecto es el trabajo de la arquitecta mexicana Rozana Montiel, que afronta los proyectos desde la escucha activa hacia los habitantes y considera el paisaje sonoro como parte del programa para crear espacios contemplativos, dignos, incluyentes y accesibles para todos.

El proyecto Open Sky Lab (Fig.2) ubicado en Guanacaste, Costa Rica, fue diseñado para crear esencias naturales en armonía con el paisaje. Es decir, el edificio incorpora olores típicos de la zona a través de jardines productivos y ornamentales con gran variedad de especies que serán utilizadas en el laboratorio para crear esencias naturales. Sin duda, un edificio permeable al paisaje circundante. Conexiones visuales establecidas por pasillos porticados, jardines con flora local que atraerán la fauna de la zona, espejos de agua que inundan los interiores con el sonido de la lluvia y recuerdan a sus usuarios su pertenencia a la tierra.

El Open Sky Lab no es el único de los edificios de Rozana Montiel que utiliza el elemento agua como elemento sonoro. En la Casa Albino Ortega, ubicada en Tepoztlán, México, los anchos y herméticos muros de piedra de texcal contrastan con la ligereza de la madera y los distintos patios internos que permiten la recolección del agua e inundan los espacios de aire y de sonidos. La casa modula distintos espacios de intimidad acompañados por jardines secretos y hasta un estanque con deambulatorio.

Además de su práctica arquitectónica, Rozana Montiel cuenta con un amplio trabajo artístico y de investigación, del cual me gustaría resaltar un proyecto en particular: “Blanco en tres actos” (Fig.3). En éste Rozana extiende hojas de papel hasta formar un muro. Ella habla de la resignificación del blanco de la página a partir de un desdoblamiento de tiempo y de texturas. “Encontramos que la hoja nunca ha estado en blanco: condensa la cartografía de un proceso creativo, traza con tinta invisible el mapa para habitar el vacío”.

A mí lo que me parece más interesante es la manera en la que algo tan efímero como el papel se convierte en un elemento arquitectónico tan importante: un muro. Un muro capaz de transformarse y responder al movimiento de los habitantes. Un muro frágil pero creador de un espacio altamente sonoro: el movimiento del papel al chocar entre sí, el ruido del lápiz al ocupar el vacío y la presencia sonora del viento. Una habitación en blanco que incita a crear y llenar el espacio, pero también a contemplar y escuchar.

Resignificar el espacio para conectar con nuestros cinco sentidos es el camino para devolverle a la arquitectura su visión existencial. Me encantaría saber si alguna de mis lectores alguna vez ha puesto atención al paisaje sonoro, y en caso positivo que me compartan qué sonidos son sus favoritos, cuáles les recuerdan a casa o les hacen sentir nostalgia o si acaso hay alguno que les cause particular alegría.

En el siguiente correo pueden mandar sus respuestas o comentarios: [email protected]

Fig. 1: Principios de la zonificación urbana: Ville Radieuse, Le Corbusier, derechos reservados a tomarlos.city

Fig. 1: Principios de la zonificación urbana: Ville Radieuse, Le Corbusier, derechos reservados a tomarlos.city

 

Fig. 2: Open Sky Lab, derechos reservados a rozanamontiel.com

Fig. 2: Open Sky Lab, derechos reservados a rozanamontiel.com

 

Fig. 3: Blanco en tres actos, derechos reservados a rozanamontiel.com

Fig. 3: Blanco en tres actos, derechos reservados a rozanamontiel.com

*Jimena Peña Uribe
Estudios de Arquitectura

Jimena es Licenciada en Arquitectura. Le apasiona comprender y analizar la forma en que los seres humanos ocupamos nuestro entorno, la forma en la que éste evoluciona y los pilares que sostienen la vida pública, pero le preocupa la falta de equilibrio con el medio ambiente. A través del urbanismo y la sustentabilidad busca construir un mejor futuro para todos

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