Por Jimena Peña Uribe*
Ser sustentable no es lo mismo que ser sostenible. En 1987 la Comisión Mundial del Ambiente y Desarrollo de la ONU dio a conocer el Informe Brundtland con el título “Nuestro Futuro Común” y utilizó, por primera vez, el concepto de desarrollo sustentable.
Poco a poco, el término fue definiéndose como la valorización del fin, es decir, el producto final se define como sustentable, pero en muchos casos la manera de fabricarlo o alcanzarlo contradecía ese propósito. Debido a lo anterior, fue necesario ampliar el concepto a medida que se fue comprendiendo mejor su alcance y trascendencia.
Al paso del tiempo, la diferencia entre estos dos términos se estableció por el producto final y el proceso de desarrollo. Es así como, mientras que los productos sustentables son normalmente valorizados por el producto final, los productos sostenibles se valoran por el proceso de desarrollo del producto final.
Conceptualmente proponen maneras distintas de hacer las cosas y, por lo mismo, un producto sustentable es susceptible al green washing, pues es difícil saber si la producción dañó o no al medio ambiente, mientras que un producto sostenible es respetuoso en lo económico, ecológico y social de principio a fin.
Un ejemplo sencillo sobre el significado del desarrollo sostenible es la planeación de áreas verdes urbanas, por ejemplo, enverdecer las veredas de una autopista. Un desarrollo sostenible va normalmente acompañado de la planeación participativa de las comunidades locales, y se encarga de prever lo económico, lo ecológico y lo social. Siguiendo este ejemplo los tres niveles serían:
- El económico: Se inicia por hacer un análisis detallado sobre especies vegetales y sus efectos a largo plazo preguntándose qué tan grande puede crecer un árbol, qué tanta agua necesitará, qué tan profundas crecen sus raíces, etc. Se pueden evitar derroches innecesarios de dinero como, por ejemplo, podas dramáticas, el transporte semanal de pipas de agua y reparaciones en la autopista.
- El ecológico: De igual manera, un análisis de la flora y fauna local ayudará de forma natural y sencilla a la biodiversidad de la zona. Las veredas verdes suelen fungir como corredores verdes para insectos y otros pequeños animales que viven en parques o bosques urbanos. Al fomentar la flora local se pueden restaurar de manera importante los ecosistemas.
- El social: La prioridad siempre deberán ser los habitantes de la zona, desde la participación en la toma de las decisiones hasta el reforzamiento de la calidad de vida.
Otro factor a tomar en cuenta sería el origen de los productos necesarios como, por ejemplo, la tierra que se utilizará para plantar o la vegetación misma. La meta es preservar el medio ambiente, así que se debe evitar a toda costa extraer tierra fértil de áreas agrícolas o vegetación de los montes naturales.
Identificar si un producto es sostenible puede ser difícil pues, como sociedad, aún nos encontramos en el proceso de transitar hacia un nuevo tipo de producción. Sin embargo, organizaciones como Cradle to cradle, fundada por William McDonough y Michael Braungart, certifica productos sostenibles para impulsar el cambio global hacia una economía circular sustentada en la producción ética.
El mañana no puede esperar, la economía sostenible se basa en un conjunto de estrategias donde el beneficio financiero es tan importante como nuestra calidad de vida y la naturaleza. Manejar una relación de equilibrio en los asuntos económicos, sociales y ecológicos brinda esperanzas para el futuro.
*Jimena Peña Uribe
Estudiante de Arquitectura
Jimena es estudiante de arquitectura en el Karlsruher Institute für Technologie en Alemania. Le apasiona comprender y analizar la forma en que los seres humanos ocupamos nuestro entorno, la forma en la que éste evoluciona y los pilares que sostienen la vida pública, pero le preocupa la falta de equilibrio con el medio ambiente. A través del urbanismo y la sustentabilidad busca construir un mejor futuro para todos.
