Por Jorge Gamboa de Buen*
Después de algunos años de mala prensa en los que la ciudad aparecía como la más contaminada, la más congestionada y la más insegura repentinamente empezaron a aparecer noticias positivas sobre la CDMX.
Los nómadas digitales, el turismo recreacional y no sólo de negocios, la gastronomía, la buena imagen del jefe de la policía, la cultura y los conciertos crearon un ambiente positivo. Incluso México, según una encuesta, quedó como el mejor país del mundo para vivir siendo expatriado. Seguramente la CDMX tuvo mucho que ver en ello.
Un cambio notable, que refleja el recuperado orgullo por la ciudad es el nuevo eslogan del gobierno local: ‘ la ciudad que lo tiene todo’ en lugar del ideológico ‘ ciudad innovadora y de derechos’.
El fenómeno es un subproducto de la epidemia del COVID. El trabajo a distancia permitió a mucha gente escoger donde vivir y la CDMX con su combinación de bajos precios y bonitas colonias se volvió un lugar deseable. También, con las restricciones a los restaurantes, la creatividad se disparó. Una buena decisión del gobierno fue permitir las mesas al aire libre. También se reconoció por primera vez la importancia y la magnitud de los empleos creados por los restaurantes.
Ahora que inician las campañas políticas por los distintos puestos para gobernar la ciudad es importante que los discursos y las propuestas aborden ideas positivas.
No es que deban soslayarse los importantes problemas de inseguridad, movilidad, abasto de agua y empleo pero importa transmitir a los votantes la idea de que nuestra ciudad tiene futuro.
Una manera de materializar esta percepción de orgullo consiste, como lo están haciendo muchas ciudades del mundo, en proponer un proyecto urbano de largo alcance que transforme la visión de la ciudad ante sus habitantes, ante el resto del país y del mundo. Es obvio que cualquier nuevo proyecto debe tener un fuerte compromiso con el rescate del medio ambiente.
Ese proyecto, que tardaría varias décadas en completarse, ha sido propuesto varias veces: volver a convertir al viaducto Miguel Alemán en el Río de la Piedad que alguna vez fue.
Muchas ciudades del mundo están recuperando ríos, malecones y cuerpos de agua. También convirtiendo corredores asfaltados al servicio de los autos en boulevares verdes que privilegian al peatón y a las bicicletas. En Madrid, París, Seúl, Moscú ó Bogotá hay ejemplos de que esto es posible. Además una ciudad como la nuestra, con su pasado lacustre y su eterno conflicto con el agua, repararía en algo el daño causado.
El Río de la Piedad, hoy viaducto Miguel Alemán, en sus aproximadamente 12 kilómetros de recorrido entre el cruce con el Anillo Periférico y la calzada Ignacio Zaragoza puede convertirse en uno de estos ejemplos mundiales.
Imaginemos un corredor de 50 metros de ancho (El Paseo de la Reforma tiene 80) En donde hay una calle angosta de acceso sólo para los edificios a cada lado y una franja arbolada también a cada lado con senderos para caminar, ciclopistas y lugares de estar. En medio de ambas franjas arboladas un río caudaloso de agua limpia correría de poniente a oriente. Este río surcado por lanchas estaría cruzado por graciosos puentes metálicos en las intersecciones con las principales avenidas norte-sur- sur-norte de la ciudad.
Evidentemente para que éste proyecto sea posible se deben resolver tres retos insoslayables. El primero consiste en poder limpiar el agua que viene del poniente y dotar de un buen caudal al futuro río. Ello se logrará con plantas de tratamiento en los vasos de las presas del poniente donde hay suficiente espacio para su construcción.
A demás se deberán captar los drenajes de las colonias adyacentes al Río de la Piedad y, con plantas compactas, tratar esa agua que hoy se mezcla con la de lluvia ensuciándola. Todo esto se está haciendo en otros lados y existe la tecnología para lograrlo.
El segundo problema es resolver los movimientos y la conexión oriente poniente y viceversa que hoy brinda el viaducto Miguel Alemán.
Ello se logrará con una verdadera política de movilidad a largo plazo para la CDMX que límite el uso del auto privado en beneficio del transporte público algo que de cualquier manera es indispensable atender.
Y en tercer lugar está el financiamiento. Hay dos maneras solas ó combinadas. Es sabido que la CDMX tiene una recaudación del impuesto predial muy debajo de los estándares ya que recaba sólo el 0.57% de su PIB cuando el estándar internacional es el 2.0%. Una reforma al impuesto para financiar un proyecto noble podría ser pactada con los partidos políticos y la ciudadanía.
Otra manera sería convencer al Gobierno Federal de pagar el impuesto predial de los inmuebles federales que alberga la Ciudad. El Palacio Nacional, Los Pinos, hospitales, escuelas y museos están exentos a pesar de imponerle muchos costos a la ciudad.
Lo más difícil sería garantizar la continuidad de una obra que duraría varios sexenios y que implica una planeación muy estricta. Pero está claro que la CDMX ya no resiste la discontinuidad en los proyectos de lago alcance derivada de la miopía e intereses de corto plazo de los actores políticos de todos los signos. Sería interesante que los candidatos a gobernar la ciudad entraran a esta discusión.
Este texto se incluye en la edición Septiembre-Octubre 2023 de la Revista Inversión Inmobiliaria
*Jorge Gamboa De Buen