El acoso sexual es un problema que miles de mujeres viven día a día y que han tenido que tolerar
Cada que camino por la calle en las noches recuerdo a mi madre diciéndome que no pase por atrás de los camiones estacionados, que mejor me baje de la banqueta o cambie de acera, los motivos siguen siendo claros en mi cabeza: es la mejor manera de evitar un asalto o peor aún, una violación; y sí, aunque en algún momento me sonó raro y hasta loco, hoy siempre lo tengo en cuenta mientras camino con las llaves apretadas entre mis nudillos por si alguien decide que soy un buen blanco para asaltar y/o atacar.
También recuerdo la primera vez que me pasó, la primera vez que un hombre de unos veintitantos, moreno, delgado y de ojos color miel, me tomó por el cuello de manera sutil para intentar robar mi celular, “Sigue caminando y no digas nada, ahorita nos vamos a detener”. Obedecí. Para mi mala suerte mi teléfono no valía tanto como para que él se interesara, por lo que, de alguna extraña forma, decidió que era un buen momento para platicar conmigo, invitarme a salir otro día y acompañarme a la siguiente esquina. ¡¿A quién en su sano juicio se le ocurre?!
¿Qué por qué saco mis traumas ahora? Bueno, la respuesta es simple, en todo el rato que “platicamos” yo solo podía implorar una cosa: “por favor, que no se le ocurra violarme”.
Lamentablemente en México y gran parte del mundo las mujeres somos educadas para evitar las violaciones, no como una clase que forme parte del plan de estudios de la secundaria, más bien con consejos sutiles como el de mi madre y muchos otros, como no caminar solas por las noches, evitar lugares demasiado solitarios o pedirle a algún amigo o familiar (específicamente hombre) que pase por nosotras al metro o la esquina a la que vayamos a llegar. ¿Pero por qué hacerlo, por qué limitar nuestra libertad de tránsito o depender de alguien más para sentirnos seguras?
Hace un tiempo estaba leyendo un artículo en la versión electrónica de la revista Vice México, en el que la autora expone la situación del acoso sexual que día a día vivimos en las calles, específicamente en forma de piropos y en el que cita datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (la más reciente es de 2011) y en la que se especifica que casi 32 % de las mujeres mexicanas de más de 15 años han sido violentadas en espacios públicos. De ellas, 69.5 % ha recibido “piropos” ofensivos, a 34.9 % las han tocado sin consentimiento y a 18.2 % les han hecho sentir miedo a ser atacadas o abusadas sexualmente. En el 89 % de los casos el agresor es un desconocido.
Soluciones ficticias
La sociedad, de alguna u otra forma sigue justificando todo esto con frases como “no es acoso, es un halago” o “los hombres son así, no podemos cambiarlos”, y la mejor solución a todos los problemas no ha sido la mejora en la educación masculina, sino educarnos a nosotras para, de alguna forma, sobrellevar este tipo de situaciones día a día, e incluso, destinar áreas y transporte específicamente para mujeres, para que estemos más cómodas. ¿Por qué no educar al hombre para no violar, para no acosar?
Antes de terminar debo aclarar una cosa muy importante: no soy feminista, de hecho la mayoría de sus posturas me confunden al contradecirse entre ellas. Creo en la igualdad y sí, estoy consciente de que los hombres también se cansan o que yo puedo cargar bolsas pesadas, pero el acoso es algo que debemos tratar de frente y no solo intentar cubrirlo con una bola de mentiras y soluciones que no lo son. Tampoco generalizo, pues sé que en el mundo hay muchos hombres que no lo hacen, que lo consideran primitivo y, por decirlo de alguna forma, naco.
Sé también que es difícil que muchos entiendan cómo nos hacen sentir y que decir “piensa en tu madre-tías-primas-hermanas-hijas-novia-esposa” muchas veces no funciona y es que, aunque parezca difícil de creer, a las mujeres no nos gusta que un extraño nos esté morboseando.
Se trata de falta de cultura y respeto y está en nosotros poder cambiar este tipo de comportamientos. El acoso y el abuso van de la mano, no permitamos que siga pasando, no lo sigamos “tolerando”. Se los dejo de tarea.