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Sequías e inundaciones recurrentes

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Por Gustavo López Padilla*


Como todos los años, llegados los meses de abril, mayo y junio, se prenden de nuevo todas las alarmas en la República Mexicana, relacionadas con la disponibilidad, uso y efectos adversos que tienen que ver con el agua. Como siempre, vuelven a aparecer los  conocidos y reiterados comentarios y reflexiones, que tienen que ver con los desequilibrios asociados al desarrollo moderno de nuestras ciudades, que tienen en común la agresividad irracional con respecto a la naturaleza. Contradictoriamente, sequías e inundaciones, forman parte al mismo tiempo de nuestra realidad cotidiana. Muchas ciudades, entre las que sobresalen Monterrey, Guadalajara y la ciudad de México,  dan cuenta de los bajos niveles de los cuerpos de agua y presas, a partir de las cuales se surte el agua potable para su población en general, teniendo que plantear programas cada vez mas severos de racionamiento del vital líquido, afectando sobre todo a los sectores de población que cuentan con los menores recursos económicos y que son al mismo tiempo los mas numerosos, asentados en las colonias populares. En sentido contrario, en otras ciudades como Oaxaca o Villahermosa, por estas mismas fechas, se anuncian los pronósticos de posibles ciclones y huracanes, que muy pronto las terminan afectando y de nueva cuenta, sobre todo a las poblaciones de los que menos tienen, mismos que por lo general, están ubicados geográficamente en los lugares menos adecuados para alojar asentamientos urbanos y muy propicios a inundaciones.
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Pero sería motivo de  desconcierto, si esta realidad que se repite en nuestro país hace ya muchos años, nos tomara por sorpresa, como si fuera la primera vez que esto sucediera. Pasado tanto tiempo, que ha dado cuenta de esta circunstancia cíclica y de la cual se han realizado numerosos estudios sobre ella, lo único que pone en evidencia es la irracionalidad e irresponsabilidad de nosotros como seres humanos, que conocemos perfectamente  el problema desde hace mucho tiempo. Pero lo más increíble del asunto, es que también hoy en día, sabemos lo que debemos hacer y como hacerlo, para enfrentar este problema en nuestras ciudades, a partir de una infinidad de estudios científicos sobre el tema. La ciencia a avanzado mucho en este sentido. Pero en lo hechos, las acciones que hemos emprendido sobre lo mismo, han sido y siguen siendo limitadas y la única realidad, es que cada día lo anterior nos muestra consecuencias ambientales mas graves para la vida en nuestras ciudades. Severas sequías y terribles inundaciones recurrentes.


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Sabemos de sobra  que es necesario reconciliar el desarrollo de nuestros centros urbanos en relación con la naturaleza. Sabemos que tenemos que regular su crecimiento poblacional, teniendo en cuenta racionalmente la valoración y disponibilidad de los recursos disponibles, de tal suerte que de manera mesurada se establezcan equilibrios entre población y recursos. Se trata de limitar el crecimiento geográfico de nuestras ciudades, procurando mezclar razonablemente diversas densidades construidas, intentando en lo posible acercarnos a porcentajes medios, asentamientos compactos, que han demostrado históricamente su operación práctica, económica, funcional y equilibrada, relacionando lo anterior de manera adecuada, con mezclas ricas y diversas de usos del suelo. Se suma a lo anterior la condición de contar en las ciudades con por lo menos  16 m2 de espacios verdes por habitante o más si es posible, como una meta que debemos alcanzar, generando al mismo tiempo con ello, espacios colectivos de convivencia, que propicien buenas conductas sociales, en donde afloren las mejores capacidades y cualidades humanas.


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Evidentemente que lo anterior, estas áreas verdes, contribuyen a regular  temperaturas, el cambio climático, el calentamiento global. Es necesario tratar de reordenar los ciclos de lluvias, que propicien además recargas acuíferas en los distintos cuerpos de agua, que posibiliten disponer de ella cuando sea necesario. Hay que pensar sobre todo que las ciudades se hacen y rehacen en el tiempo y si sus realidades construidas no concuerdan con lo deseable, tenemos que buscar por todos los medios el acercarnos a estos ideales, incluyendo la necesidad de tener que derribar  parte de lo edificado. Y muchos piensan de entrada que lo anterior es imposible o demasiado costoso, pero siempre y la realidad lo comprueba, lo mas caro será siempre el cambio climático y sus graves consecuencias, entre las cuales de manera fundamental se encuentra la limitada disponibilidad de agua, poniendo en riesgo la viabilidad de vida  en las ciudades.

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Y pensando particularmente en el tema de la disponibilidad del agua, dado el avance vertiginoso y constante de la ciencia en esta  materia, tenemos que instrumentar el uso de la misma, pensando en ciclos cerrados, continuos y controlados. Hubo un tiempo en el que en las ciudades se traía el agua de alguna fuente de abastecimiento y luego de ser usada, había que deshacerse de ella de alguna manera, considerándola como un desperdicio, generando con ello importantes áreas de contaminación. En los tiempos que corren, las cosas han cambiado radicalmente.  Siempre el agua en cualquier condición, es un bien que hay que cuidar. Hoy en día los avances científicos, permiten volver con los tratamientos adecuados, perfectamente potables las aguas residuales y cada vez con  costos mas manejables.

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Así las cosas, en las ciudades debemos traer agua potable de las fuentes originales disponibles, usarlas y después tratarlas para volverlas nuevamente potables, pensando en ciclos cerrados de uso, en donde solo se repongan las cantidades de agua que se hubieran perdido por causas de evaporación o pérdida a lo largo de las infraestructuras de tuberías. Con este criterio de ciclos cerrados en el uso del agua, podemos enfrentar de manera adecuada la disponibilidad constante de la misma, evitando las crisis constantes de sequías en nuestras ciudades. Con el tratamiento, se trata de  evitar en la medida de lo posible,  el tener que traer agua siempre de las fuentes originales para su abastecimiento, posibilitando el conservar e incrementar las cantidades de agua, como parte de estas fuentes, que pueden ser mantos freáticos, lagos, lagunas o ríos, equilibrando el desarrollo y operación de las ciudades con respecto a la naturaleza.


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Como parte sustancial en el tratamiento de aguas residuales, tenemos que considerar las aportaciones que resultan de las aguas de lluvia, que en las redes de infraestructura con las que se cuenta en nuestras ciudades, se mezclan en una sola red con las aguas de drenaje. Volúmenes de aguas de lluvia que resultan importantes y que tratados como parte del conjunto de las aguas residuales, pueden constituir una aportación  significativa de agua potable para nuestras ciudades, después de su tratamiento. Otra consideración importante en nuestras ciudades, tiene que ver con la necesidad de reducir el consumo diario de agua potable por persona. En muchas ciudades del primer mundo, que incluso cuentan con fuentes de abastecimiento importantes y constantes, el consumo por persona es de 120 a 150 litros diarios. En la ciudad de México, el consumo por persona llega a alcanzar los 350 litros diarios. Para nuestra ciudad es fundamental además, resolver el problema de las fugas de agua, producto de los viejo de las instalaciones existentes y debido a los hundimientos diferenciales del suelo, producto entre otras cosas, por la misma extracción de agua de los mantos freáticos.

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En lo relativo a las inundaciones en las ciudades, si se mejoran las relaciones de su desarrollo con respecto a la naturaleza, es posible que los efectos de huracanes, pudieran ser menos agresivos. Esto implica también el que los asentamientos humanos, se ubiquen en zonas razonables, tratando de reubicar aquellos que muestran condiciones obvias de alta vulnerabilidad. Esto puede y debe ir acompañado con todas aquellas obras de ingeniería, que pueden contribuir a la protección de las ciudades, en los casos de incrementos de los niveles y caudales de los distintos cuerpos de agua, producto de las lluvias. En este sentido, los holandeses nos han dado ejemplos interesantes,  funcionales y exitosos. Para las ciudades holandesas cuyo nivel medio de su territorio, se ubica por abajo del nivel del mar, han creado barreras naturales y artificiales que logran proteger sus territorios, de los incrementos de los niveles del mar y de los ríos. También en algunos casos logran controlar estos niveles hidráulicos, bombeando agua de un terreno a otro, de acuerdo a las circunstancias de posibles inundaciones.  Las experiencias hoy en día son exitosas y ampliamente conocidas.


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Naturalmente todo lo anterior debe ir acompañado con el uso de energías limpias y renovables, como la solar, la del viento o la del hidrógeno, tratando de evitar todas aquellas que dañan el medio ambiente y propician el calentamiento global. Ya no es posible seguir regateando el uso de estas energías renovables y hacer como que hacemos, con efectos limitados en la conciliación del uso de energías con respecto a la naturaleza. La ciencia sigue avanzando y cada vez nos ofrece alternativas mas esperanzadoras, viables y económicas. Hoy en día conocemos los problemas a los que nos enfrentamos en términos ambientales y sabemos como los podemos resolver de manera adecuada. Faltan mayores y mas contundentes decisiones. Ya va siendo hora de que en nuestro país y en el mundo, dejemos atrás las simulaciones y enfrentemos decididamente los problemas, evitando en la medida de lo posible sequías e inundaciones En gran medida lo anterior,  depende de nuestra voluntad política y social.

*Gustavo López Padilla

Arquitecto

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Columnista invitado


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