Hace unos días la Ciudad de México vivió una contingencia ambiental sin precedente, ante la cual, el gobierno de la Ciudad de México respondió en forma deficiente, limitada y tardía…
En medio de la emergencia, y con un gobierno capitalino evidentemente rebasado, tuvo que salir el presidente Enrique Peña Nieto para dar un manotazo en la mesa, dando instrucciones a Miguel Ángel Mancera, que solo atinó a tomar medidas para agudizar el programa Hoy No Circula y a compartir culpas con los estados cercanos a la zona cero de la contingencia ambiental.
El episodio continuó con un Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, actuando también en forma tardía e ineficiente, y, respondiendo con fuerza no a la emergencia, sino al señalamiento de Mancera, y en una nueva intervención del gobierno federal para exigir medidas de fondo para atender las causas del episodio.
Llama poderosamente la atención que nadie reconociera que, mucho más allá del número de automóviles, el desastre ambiental fue y es, en gran medida, resultado de décadas de falta de planeación urbana…
¿Sobran coches? Quizás, pero es evidente que en esos coches viajan personas, y que el problema se origina con los enormes y absurdos traslados que un capitalino estándar debe hacer entre su casa y su trabajo o escuela.
Hay millones de “capitalinos flotantes” que viven en municipios conurbados y que cada día entran y salen a una ciudad que se ha convertido en un lujo que no pueden pagar.
Reducir automóviles es la aspirina obvia para enfrentar la contaminación… ¿Pero no sería mejor pensar en una solución de fondo, como un verdadero plan integral de desarrollo urbano, que replanteara los usos del suelo urbano y respondiera a un proyecto de ciudad que en teoría tendría que existir?
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