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La arquitectura debe ser sostenible por definición: Gabriela Carrillo

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Para Carrillo, la arquitectura debe leer el territorio, reciclar lo existente y usar con inteligencia los materiales locales

Durante su participación en el Foro Owens Corning, la arquitecta Gabriela Carrillo indicó que todos los adjetivos que hoy se usan para calificar a la ‘buena arquitectura’, como sostenible, accesible, social y libre, tendrían que ser inherentes al oficio, no etiquetas extra que se suman después.

“El problema es que hemos ido anexando estos conceptos, como pensando que deberían de honrar o pertenecer a la arquitectura, como si la arquitectura no los tuviera de manera implícita”, dijo, y explicó que su trabajo busca que esos conceptos estén presentes “en todos los casos, en todos los escenarios posibles”.

A partir de esa idea, Carrillo planteó un recorrido por su trabajo reciente, donde el punto de partida nunca es el objeto arquitectónico, sino el territorio: su topografía, el agua, la tenencia de la tierra, la conectividad y hasta los desastres naturales que lo marcan.

Intervenir, dijo, es “una operación de corazón abierto” sobre un lugar, y por eso exige entender de dónde viene el agua, qué ríos o cenotes lo atraviesan, quiénes habitan y gestionan ese espacio y qué riesgos —sismos, huracanes, agrietamientos— lo determinan.

“Es un valor obligado pensar, si vamos a intervenir en un territorio, porque hacer una construcción es una operación de corazón abierto: ¿cómo y dónde viene el agua?, ¿dónde están los ríos?, ¿dónde están los cenotes?”.

Reciclar la ciudad y compartir la belleza

Uno de los casos que presentó fue la rehabilitación de una casona histórica en la Ciudad de México que, a pesar de estar ubicada en una zona consolidada, permanecía oculta tras un muro que impedía a la colonia disfrutar la vista.

De acuerdo con Carrillo, la decisión de proyecto más radical no fue construir, sino demoler: derribar ese muro para devolver el edificio a la calle y compartir su valor patrimonial con el barrio.

En ese sentido, la arquitecta subrayó la importancia del reciclaje como estrategia de sostenibilidad en una ciudad donde el parque edificado es enorme.

Espacio público para barrios vulnerables

En contraste con esa obra privada, la fundadora del Taller Gabriela Carrillo presentó un centro cultural en Cuernavaca, construido entre dos colonias con alta vulnerabilidad y violencia, donde prácticamente no existía espacio público.

La respuesta fue un edificio público austero pero flexible: una gran pérgola orientada al norte, que cubre un vacío central capaz de alojar talleres, conciertos, funciones de cine o asambleas.

Los volúmenes cerrados, construidos con tepetate y tierra compactada, funcionan como contenedores térmicos y acústicos; en planta baja forman un escenario que aprovecha la topografía y permite distintas configuraciones de uso.

La estrategia, explicó, parte de asumir que estos equipamientos no pueden ‘privatizarse’ ni depender de acabados delicados: deben envejecer con dignidad y aceptar el desgaste del uso intensivo.

Casas que leen el clima: Mazunte, Ensenada y Acapulco

La arquitecta también compartió la experiencia de tres viviendas en el Pacífico mexicano —en Mazunte, Ensenada y Acapulco—, diseñadas desde condiciones climáticas radicalmente distintas.

En Mazunte, un terreno escarpado frente al mar dio pie a una casa que se ‘esconde’ en la topografía mediante plataformas y torres que funcionan como miradores y refugio ante huracanes, misma que se construyó con piedra local, concreto, madera y palma, y se ventila de forma natural, sin aire acondicionado.

En Ensenada, el desafío fue un paisaje desértico con calor extremo de día y frío intenso de noche. La estrategia consistió en ‘abrir una grieta’ en el territorio: una barra muy esbelta, parcialmente enterrada, que aprovecha la inercia térmica de la tierra y la ventilación cruzada para prescindir por completo de sistemas mecánicos de climatización. Parte del programa se incrusta en el terreno con muros de piedra afilada, logrando estabilidad térmica y protección frente a vientos violentos.

“Construir es una operación de corazón abierto, dañar un territorio de manera profunda. Por eso la casa se concibió como una pieza muy esbelta que se encajaba en el territorio”, detalló Carrillo.

Por su parte, la casa de Acapulco se ubica dentro de un área natural protegida, y lejos de la típica vivienda de playa acristalada y climatizada, la arquitecta propuso una casa “para estar descalzo”, con cuatro habitaciones equivalentes que miran tanto a la selva como al mar, acabados que no deslumbran ni resbalan y una gran losa estructural que libera claros sin trabes visibles.

Arquitectura como trabajo colectivo y democrático

A lo largo de su intervención, Gabriela Carrillo subrayó que su trabajo es siempre colectivo: detrás de cada proyecto hay equipos de colaboración interdisciplinaria, comunidades, especialistas e incluso estudiantes que participan en el diseño y la construcción.

Para ella, la arquitectura tiene un potencial profundamente democrático: puede ampliar el acceso a la belleza, al confort y a la dignidad, ya sea en una casona restaurada, en una plaza de barrio o en una vivienda frente al mar.

Su mensaje final para el sector fue claro: antes de pensar en formas espectaculares, la arquitectura debe leer el territorio, reciclar lo existente, usar con inteligencia los materiales locales y asumir que sostenibilidad, accesibilidad, dimensión social y libertad no son ‘extras’, sino la base misma del proyecto.

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Fernanda Hernández

Reportera y redactora en Centro Urbano. Soy egresada de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM). Me interesa la cultura, el urbanismo y la arquitectura. Amante del mundo digital, el cine, la música, la lectura y la escritura.


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