Según Vitruvio, cada una de las partes de un templo debe corresponder al todo, es decir, a la fisonomía del hombre perfecto; de acuerdo con su ideal de belleza
Antonio Loyola Vera, director de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble (DACPAI) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), impartió la conferencia El hombre de Vitruvio; en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Durante la charla, el arquitecto abordó la relación entre la construcción de templos y sitios sagrados antiguos con las medidas geométricas que debe tener un hombre perfecto, de acuerdo con el tratado de arquitectura de Vitruvio: Los Diez Libros de Arquitectura.
De acuerdo con dicho tratado, el hombre perfecto debía medir 8 cabezas o 10 caras y el centro del cuerpo humano es el ombligo. De esta manera, si el hombre extiende sus brazos y piernas en forma de cruz se creará un círculo; y si extiende sus dos brazos de manera horizontal con las piernas juntas formará un cuadrado perfecto.
En 1487, Leonardo da Vinci representó esta teoría en un dibujo, y, posteriormente, otros matemáticos y arquitectos le dieron su propia interpretación. Sin embargo, el Hombre de Vitruvio constituye un canon milenario por el cual se trazaron muchos templos antiguos; ya que las figuras geométricas formadas por las extremidades se pueden unir, y, a través de este resultado, se pueden realizar diseños arquitectónicos.
Loyola Vera explicó que, en tiempos de Vitruvio y durante el Renacimiento, el hombre era considerado como la más grande perfección de este mundo; de ahí se derivó la teoría del antropocentrismo, la cual perduró durante muchos siglos.
Además, destacó que, según Vitruvio, cada una de las partes de un templo debe corresponder al todo, es decir, a la fisonomía del hombre perfecto, de acuerdo con su creencia de belleza ideal. Y, a partir de las medidas geométricas establecidas en el tratado de arquitectura de Vitruvio, sus seguidores opinaban que los templos tenían que construirse con este tipo de razonamientos.
Loyola expresó que la idea del hombre como punto de referencia de la belleza ideal, y de ésta como eje para la construcción de monumentos antiguos, le ha obsesionado desde que estudiaba arquitectura y fue una de las razones para dedicarse a esta profesión.