Por Amaury Pérez*
Hoy en día la defensa de la igualdad del hombre y la mujer en el control y el uso de los bienes y servicios de la sociedad es un tema de importancia mundial. La equidad de género supone abolir la discriminación entre ambos sexos, que no se le privilegie al sexo masculino en ningún aspecto de la vida social, práctica frecuente décadas atrás en las sociedades occidentales.
Tal parece que este tema ha sido ajeno a los arquitectos y desarrolladores inmobiliarios, ya que las tipologías de la vivienda no han favorecido espacialmente a la equidad de sus habitantes. La vivienda ha generado relaciones de desigualdad y discriminación entre sus ocupantes, especialmente en aquellos aspectos relacionados con el género. La casa habitación del siglo XXI no ha cambiado mucho en su ordenamiento espacial, seguimos viendo desarrollos habitacionales en donde la vivienda aún cuenta con habitaciones suite, con baños de uso exclusivo, con habitaciones principales y secundarias muy distintas en su superficie.
La forma de vivir ha cambiado, sin embargo, la composición espacial de la vivienda no, claro ejemplo es el espacio destinado a la recamara principal, la que cuenta con mejor iluminación natural, calidad espacial, y que en la mayoría de los casos es la de mayor superficie, la cual aparece a lo largo del día vacio y sin ningún usuario, ya que por lo general padre y madre se encuentran la mayor parte del día en actividades laborales y ausentes del hogar.
Los infantes, que son los que pasan el mayor tiempo en la vivienda y en los cuales su habitación es el mundo, los limitamos a habitar en las recamaras secundarias las cuales son las de menor dimensión y calidad espacial, espacios que a lo largo del tiempo y por el cambio de necesidades se vuelven espacios poco funcionales.
La cocina, un espacio que debería de garantizar el uso compartido, aparece en la tipología como un espacio de servicio de escasas dimensiones y en donde no se potencializa la vida comunitaria, ni mucho menos el trabajo en equipo para realizar tareas domesticas, parecer ser mas una trinchera donde la mujer juega un rol de servicio que de habitante. Los espacios de aseo que son accesibles únicamente desde una de las habitaciones jerarquizan el espacio dentro de la vivienda, predeterminando así a sus ocupantes y generando un ambiente de discriminación en el seno familiar.
Para afrontar la desigualdad de género en la vivienda, la tipología de la vivienda debería de desjerarquizar los espacios, generando así ambientes flexibles y equitativos en donde se pueda potencializar la vida comunitaria, y al mismo tiempo favorecer la individualidad de cada componente de la familia.
Es importante, por tanto, que todas las habitaciones se dimensionen de manera similar, que todas tengan una buena ventilación natural, así como un correcto asoleamiento, y que la calidad espacial sea digna para cada habitante del espacio. La ubicación del baño en una habitación limita su uso y el acceso a los habitantes, es por eso que su ubicación debe de ser accesible, favoreciendo la máxima posibilidad de usos simultáneos, y generar espacios que faciliten la atención a personas de la tercera edad, con capacidades diferentes e infantes.
En los espacios de servicio se debe de favorecer la visibilidad y el compartir los trabajos, es por eso que se recomienda ignorar los mínimos establecidos que los consideran un lugar de tareas solitarias e individuales. La integración de la cocina y el comedor da la posibilidad de generar un espacio comunitario, un área de encuentro y ocio compartido por todos, y así generar el espacio ideal para la integración de la familia.
Hacer vivienda es hacer ciudad, si la vivienda que es la célula madre de la ciudad no es el primer espacio en donde se potencialice la igualdad entre los seres humanos, difícilmente llegaremos a engendrar ciudades en donde la vida sea equitativa, seguiremos viviendo en ciudades que segregan y denigran a sus habitantes, y que como tal están condenadas al fracaso.
*Arquitecto principal de Laboratorio de Arquitectura Experimental