Un fantasma recorre las ciudades del mundo… GEN-TRI-FI-CA-CIÓN…
La gentrificación es una palabra que de origen suena feo; “ya me gentrificaron”… “te voy a gentrificar”… “no gentrifiques”…
-En primera instancia, nadie quiere ser gentrificado o víctima de la gentrificación-.
En el estricto sentido de la palabra, gentrificación es “la revaloración de una comunidad o pueblo a un mejor estatus”, y de acuerdo con Wikipedia, “es el cambio en las condiciones y equipamiento de un barrio, que atraen inversiones adicionales y mejoran la calidad de vida integral. De acuerdo con Fundéu, el término que más se ajusta al español es “elitización” o, más precisamente, “elitización residencial”.
Es una historia que se repite en el mundo… Del Montmartre parisino, a la Barceloneta catalana, el Puerto Madero bonaerense o las chilanguísimas colonias Roma o Condesa.
Pero claro, lo que necesariamente debe ser visto como un éxito en materia de regeneración urbana también tiene consecuencias, como lo es el que la elitización de la zona, provoca que algunos de sus habitantes ya no puedan pagar el costo de vivir ahí.
La gentrificación es algo natural en los procesos urbanos, y sus efectos negativos deben combatirse con procesos integrales de planeación y regulación urbanas, que usen en forma estratégica el activo más valioso para cualquier ciudad: su suelo.
Planear en forma integral una ciudad implica reconocer zonas subutilizadas e implementar medidas para su recuperación, pero siempre como parte de procesos integrales que generen nuevas oportunidades para quienes ya no pueden o no quieren vivir en esos barrios.
No tiene sentido rechazar lo inevitable… Y la gentrificación lo es… Lo que sí se puede hacer es exigir planes de desarrollo urbano integrales y con horizontes de largo plazo, que sean incluyentes y generen bases para la equidad.
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