Cuando se habla de cooperativas de vivienda en un contexto cotidiano es común que no se entienda como una de las maneras que existe para acceder a una vivienda adecuada. Es decir, es una forma de libre organización en la cual la cooperación, la ayuda mutua y el derecho de uso son las claves para alcanzar y satisfacer ese derecho humano. Son además uno de los tipos de cooperativas que existen, junto a las más conocidas de producción, de servicios y las de ahorro y préstamo.
Las cooperativas podrían también confundirse con aquellos términos anglosajones, actualmente tan en boga, que llevan el prefijo co-: co-housing, co-living o sus castellanizaciones: co-vivienda, co-habitación. Pero guardan varias diferencias, siendo la primera que las cooperativas de vivienda tienen una historia mucho más larga.
Surgen en Europa desde el siglo XIX y es ahí donde cuentan con una mayor formalidad y apoyo desde las políticas públicas, donde son reconocidas como una manera normal de producir vivienda social.
La clave de las cooperativas radica en que la propiedad de la vivienda es de la organización como conjunto y no de los habitantes o socias y socios, estos no son propietarios individuales, pero sí tienen de manera individualizada el derecho de uso, el cual es vitalicio y transferible: se puede heredar. Es decir, tienen derecho a usar la vivienda, pero no a venderla.
Por ello, el derecho de uso es más asequible que una renta normal o un crédito de compra de vivienda privada. Pero este derecho debe pagarse, pues de ahí deben solventarse los créditos que existen para la producción de las viviendas, para comprar el suelo, hacer los proyectos, permisos, etcétera.
En Suecia, por mucho el modelo más exitoso y sofisticado de Europa, existe un sistema donde se puede vender y comprar ese derecho de uso (que no la propiedad, el valor de ambos es distinto) mediante un sistema de subastas reguladas por el gobierno.
Pero el caso mexicano es bien distinto. Como antecedente mencionemos que en los países escandinavos el parque habitacional creado por cooperativas llega a alcanzar hasta el 30% del total de viviendas. Cifra altísima si la comparamos con el 5% que alcanza Uruguay, el país latinoamericano que encabeza por mucho la lista en nuestra región.
México y las cooperativas de vivienda
Aunque existen algunos antecedentes muy interesantes de primeros intentos de cooperativas de vivienda en el siglo XIX, es hasta el Cardenismo cuando surgen las condiciones sociales y políticas que concretaron una ley de cooperativas que incluía a las de vivienda, la de 1938.
En ella se establecían las bases para darle viabilidad a las mismas, sin embargo, las priorizadas durante esos años fueron las cooperativas de producción. Así que las cooperativas de vivienda vendrían a ser promovidas por actores distintos al estado y a las cooperativas y corporaciones obreras de aquellos años.
Vendrían de la sociedad civil, en algunos casos de la mano de organizaciones cristianas, vinculadas a la izquierda en los años sesenta y de las incipientes organizaciones no gubernamentales del país. Siendo la primera generación de COPEVI A.C. la organización más destacada en este proceso, liderada por Enrique Ortiz.
Pero el protagonismo de este proceso está en los grupos de habitantes, mujeres y hombres que fueron en sus familias, la primera que, asesorados por los actores antes mencionados, conseguirían pasar de la vivienda precaria y en las peores condiciones del México de los años 70, a una vivienda adecuada, no sin un proceso de lucha, largo y difícil. Porque las primeras cooperativas no contaban con políticas públicas de apoyo más allá del mero reconocimiento legal de su existencia.
Aquí aparece la Cooperativa Palo Alto, nombre oficial “Unión de Vecinos de Palo Alto”, que entre 1969 y 1972 logra organizarse para adquirir el suelo donde ya vivían; una mina de arena agotada, cuyo dueño original de apellido Ledezma, una especie de Pedro Páramo pero urbano, quien buscaba expulsarlos después de emplearlos como mineros y cobrarles por más de 30 años una renta por vivir en casas de cartón.
No es la única Cooperativa de Vivienda de México, pero, por su historia, su ubicación en la Ciudad de México, en el kilometro catorce de la carretera México-Toluca, es la más representativa de las cooperativas de vivienda en México.
COPEVI A.C. asesoraba al mismo tiempo y con condiciones muy similares a otro grupo en el Estado de México, se llamaba Cananea, pero aquel fracasó y no logró lo que los vecinos de Palo Alto sí. Ellos experimentaron las primeras formas de financiamiento del entonces INDECO (Instituto para el Desarrollo de la Comunidad y la Vivienda Popular) a la producción social de vivienda y después con la SAHOP (Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas), que dio créditos blandos para la construcción de las viviendas, continuando el proceso por etapas y mediante sorteo a los socios y socias.
Esta última secretaría incluyó un programa de apoyo a las cooperativas de vivienda en el programa nacional de vivienda de 1979. Aquí conviene mencionar una característica del modelo de la mayoría de las cooperativas de vivienda mexicanas y que las hace diferentes de las europeas o de las uruguayas (allá la ley es de 1968). En las bases constitutivas de las mismas se establecía que las cooperativas existirán como tal hasta conseguir su objeto principal: dotar de vivienda adecuada a sus socios y socias.
Una vez alcanzado este fin, la cooperativa debía terminar su existencia como tal y ceder el paso a la propiedad privada individual. Así existen edificios de vivienda colectiva en el centro de la ciudad o conjuntos de vivienda popular en la periferia, que lucen como los otros, pero que en su origen fueron una cooperativa de vivienda.
Esta característica mexicana hizo, como señala Gustavo Romero (también parte de la primera versión de COPEVI A.C.), que el gobierno de aquellos años (1976-1982) las utilizara para aprovechar la mano de obra de los y las habitantes, en autoproducción, sólo para llegar a las cifras y metas de los programas de vivienda, a la vez que los alejaba del proceso democrático de organización vecinal intrínseco de las cooperativas.
Ese también era el destino de Palo Alto, volverse una colonia popular como las demás del poniente de la ciudad, pero la historia le tenía preparado un camino diferente. Al estar ubicada en una zona que después de los sismos de 1985 se volvería de muy alta renta en la ciudad, sufriría los primeros intentos de despojo por la presión directa de promotores y desarrolladores.
Estos intentos eran muy diferentes a los del cacique urbano de los años 70, eran los del inicio de las políticas neoliberales que dieron un impulso decisivo a la financierización del desarrollo inmobiliario. De manera directa e indirecta, el cambio en el precio del suelo de la zona promovió acciones concretas que cambiarían el proceso de Palo Alto, el cual se encontraba a punto de iniciar su quinta etapa de vivienda. Es decir, no habían terminado con su objeto principal de dotar con casas a todos sus socios y socias, llevaban alrededor de 325 viviendas producidas en cuatro etapas.
Y en 1988 una casualidad ocurrió, la entonces Secretaría del Trabajo, responsable de llevar el registro de las cooperativas en el país, anunció que perdió de sus archivos el acta de la cooperativa, coincidencia que ocurrió justo antes de iniciar el desarrollo del conjunto Arcos Bosques, conocido popularmente como “el pantalón”, ahora vecino de Palo Alto.
Acto seguido, un grupo de socios quiso desconocer a la cooperativa para exigir que los terrenos fueran vendidos a algún promotor o desarrollador. Corriendo el rumor de que la falta del registro los dejaba en el “limbo”, lo cual es falso o fuera de derecho, promovieron un conflicto al interior de la comunidad que terminó con la salida de 35 familias que querían la venta de todo el suelo en 1996 e inicio un juicio larguísimo que se extiende hasta el presente.
Me parece importante remarcar la ironía de esta curiosa forma de la promoción del cooperativismo de los disidentes (así son llamados por la asamblea de cooperativistas), porque el juicio extendió la vida de Palo Alto como cooperativa. Si hubieran dejado concluir la quinta etapa de viviendas, cuyos créditos estaban ya aprobados, existía la posibilidad de que el objeto de la cooperativa se hubiera alcanzado ya hace años, serían ahora propiedad privada y la gentrificación hubiera hecho el resto y hoy habría un desarrollo de alta renta en ese terreno. Pero no fue así y la cooperativa resistió todos estos años.
Palo Alto y su proyecto a futuro
Los fallos de los jueces han reforzado el derecho a la vivienda y han notificado a los disidentes que deben dejar a la cooperativa seguir sus estatutos, esos que habían intentado desconocer, y no basarse en el precio del suelo en la zona para su proceso de salida de la organización. Es un triunfo para la cooperativa de vivienda, ahora se discute en tribunales la manera en la que se hará ese procedimiento.
Hoy, Palo Alto explora una nueva etapa en la que busca mantener el modelo como en Suecia, es decir, funcionar como cooperativa más allá de cumplir con el objeto de dotar de vivienda a sus socias y socios.
Al mismo tiempo se articula en la Coordinadora de Cooperativas de la Ciudad de México “Chicoace Calli”, junto a las otras cooperativas de vivienda de la capital: Yelitza, Tochan, Tollan, Guendaliza’a y Buenavista.
A su vez, esta coordinadora forma parte de la organización regional COCEAVIS (Coordinadora Centroamericana Autogestionaria de la Vivienda Solidaria), que incluye a todos los países centroamericanos y son apoyados también por la FUCVAM (Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua), que aporta su experiencia para promover las cooperativas de vivienda en casi toda Latinoamérica.
Este proceso es también apoyado por el centro cooperativo sueco We Effect, con el fin de crear un centro de formación de cooperativistas en Palo Alto abierto al público en general, a finales de este año. Como Luis Márquez y Fabiola Cabrera, coordinadores de esta iniciativa al interior de la cooperativa repiten: “no hacen falta cooperativas, hacen falta cooperativistas”.
Esta modalidad de fomento a la vivienda social puede tener una oportunidad en México si se articulan varios actores y se alinean varias causas. Hasta el año pasado la cartera vigente de las SOCAPS (Sociedades Cooperativas de Ahorro y Préstamo) sólo tenían el 7% de la misma en financiamiento hipotecario. Esta modalidad puede cubrir un sector que no se encuentra en la cobertura de otros productos financieros o que esta fuera de Infonavit y Fovissste.
La pregunta ahora es si con la 4T existirán, como ocurrió en tiempos de Lázaro Cárdenas, las condiciones sociales y políticas para la creación de una ley que incluya a las cooperativas de vivienda en la Ciudad de México y en el país. Desde la cual sean respaldadas y se desprendan políticas públicas apropiadas, que no dejen solas las iniciativas de las comunidades, se fortalezca esta alternativa de fomento a la vivienda adecuada y contribuyan al crecimiento económico de México desde esta senda social y solidaria.