En la segunda década de un ya muy lejano siglo XX, el triunfo de una Revolucion sangrienta y que polarizó al país, dio paso a una necesaria -indispensable- Reforma Agraria, que tenia como fin abatir la desigualdad en un México en aquel entonces de esencia fundamentalmente rural
Los frutos de esa Reforma fueron, por decir lo menos, polémicos… Casi un siglo después, aquellos pobres siguen igual de pobres, con la única diferencia de que ahora son pobres urbanos.
Porque en este siglo México cambió radicalmente, pasando de ser un país fundamentalmente rural, a uno contundente e irreversiblemente urbano.
Sobra decir que esta transformación se debió no a un proceso de planeación y política pública, sino a modelos económicos sumamente desafortunados, que vaciaron el campo, haciendo huir a su población de la pobreza extrema, en busca de las promesas de desarrollo que las poco preparadas ciudades no pudieron cumplir.
Hoy, que la política federal busca revertir el desastre urbano que nos dejó la Reforma Agraria, surgen enormes cuellos de botella en el ámbito municipal (y delegacional en el caso del DF), con debilidad extrema en los procesos de planeación, regulación e inversión en infraestructura, que se multiplican ante la abrumadora mayoría de alcaldes y delegados faltos de preparación y corruptos, que sólo ven municipios y delegaciones como una etapa obligada en sus “ascendentes” carreras políticas.
Por esto, bien vale la pena reflexionar acerca de las implicaciones de elegir alcaldes y delegados, que serán, quienes tendrán la enorme responsabilidad de conducir nuestras ciudades hacia el futuro.
¿Será que estamos dando a ese voto la importancia que merece?
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