El viernes pasado, sin hacer mayores aspavientos, el subsecretario de Hacienda, Fernando Aportela, anunció un incremento de 2 mil 700 millones de pesos al presupuesto destinado al programa de subsidios a la vivienda 2015.
No es poca cosa, porque se trata sin duda de uno de los pocos subsidios productivos del país si lo medimos por el efecto multiplicador que tiene en la economía.
Y es que el programa da acceso a la vivienda a familias de bajos ingresos, otorgándoles un subsidio que se aplica directamente al precio de la vivienda, quedando un remanente a pagar que cada persona cubre por medio de un crédito hipotecario de Infonavit o Fovissste.
Y es fácil medir el efecto multiplicador que mencionaba, porque estos 2 mil 700 millones de pesos se traducirán en 160 mil 370 nuevas viviendas… viviendas que se construirán a lo largo de todo el país, generando empleos y transmitiendo dinamismo a los mercados internos.
Con esta inyección de recursos frescos, el programa alcanzará 11 mil 135 millones de pesos, monto ya muy parecido al ejercido el año pasado, con lo que se garantiza un cierre de año a tambor batiente para el sector vivienda.
El anuncio que hizo Aportela tiene una doble virtud, de entrada garantiza recursos, pero sobre todo, lleva al sector un insumo que le resulta fundamental: certidumbre.
Y sin embargo, hay que tener muy claro que mientras no se encuentre un mecanismo legal que garantice su vigencia multianual, el programa de subsidios seguirá siendo como una droga, que crea dependencia en el sector y, si llegara a faltar, total o coyunturalmente, puede provocar algo financieramente parecido al síndrome de abstinencia que padece cualquier teporochito…
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