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Ciudades en transformación: causas y alternativas ante la gentrificación

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*Por Carlos Martínez Velázquez

La gentrificación se ha convertido en un tema central del debate urbano en la Ciudad de México. A menudo, las explicaciones sobre este fenómeno son simplistas y responsabilizan exclusivamente a las personas extranjeras, sin considerar los factores estructurales y complejos que están detrás. Para comprenderla es necesario superar estos reduccionismos y reconocerla como un proceso social y urbanístico multifacético, que es resultado de transformaciones en el mercado inmobiliario, las políticas públicas, el turismo y los cambios culturales.

Si bien la presencia de personas extranjeras ha aumentado en la Ciudad de México, sobre todo en colonias como la Roma, la Condesa, la Juárez o la Santa María la Ribera –especialmente después de la pandemia–, la literatura urbanística y los diagnósticos territoriales muestran que la gentrificación es anterior a este fenómeno y responde a causas más profundas. Este proceso no se explica únicamente por la llegada de un grupo específico, sino por la consolidación de sectores con mayores ingresos —en su mayoría nacionales— vinculada al crecimiento de la clase media profesional, la inversión inmobiliaria y la resignificación de ciertos barrios. Culpar solo a personas extranjeras por desplazamiento o el aumento de precios es impreciso y pone en riesgo la cohesión social, ya que el motor real está en la falta de vivienda social, la escasa regulación del alquiler, la presión turística y la ausencia de mecanismos para controlar el valor del suelo.

En la Ciudad de México, la gentrificación ocurre principalmente en barrios con una fuerte vida comunitaria y un comercio tradicional consolidado, a diferencia de otros contextos donde inicia en zonas degradadas. Este proceso no se limita al encarecimiento de la vivienda, también transforma la vida cotidiana, puede provocar la desaparición de negocios tradicionales, modifica el uso del espacio público y diluye referentes culturales. El desplazamiento puede ser directo, cuando las familias ya no pueden costear los alquileres, o indirecto, cuando el entorno deja de responder a las necesidades de la comunidad.

El reto para la ciudad radica en cómo lograr la convergencia de intereses inmobiliarios, el déficit de vivienda social en renta, el auge del turismo y el atractivo que los barrios céntricos tienen para personas jóvenes y profesionales. La pandemia aceleró tendencias preexistentes. Por ello, las soluciones deben ir más allá de estigmatizar la inversión privada o culpar a quienes llegan; se necesita un enfoque estructural, preventivo y orientado a la equidad.

La experiencia comparada y la literatura académica sugieren varias medidas para mitigar los efectos negativos de la gentrificación y promover inversiones responsables y planeadas, necesarias para el desarrollo urbano y económico de la Ciudad. Justamente con esas intenciones se impulsó la reforma en la Ciudad de México para regular la vivienda en alquiler que prevé controles a aumentos desproporcionados de la renta y garantías de contratos transparentes, así como incentivos para la oferta de vivienda asequible. Una vez implementada se deben hacer revisiones periódicas para su buen funcionamiento.

También es fundamental considerar nuevos instrumentos fiscales, como impuestos progresivos a la plusvalía urbana o a la vivienda desocupada, que ayudarían a desalentar la especulación y a generar recursos para mejorar barrios y construir vivienda social. Además, se requiere seguir con la regulación a las plataformas digitales de alojamiento temporal para, además de pagar impuestos, evitar que edificios de vivienda se conviertan por completo en estancias turísticas eventuales, ya que esto puede afectar el mercado de renta de largo plazo.

A la par, proteger el comercio tradicional debe ser una prioridad, mediante incentivos fiscales, reconocimiento de su valor social y apoyos directos a negocios que forman parte de la identidad de la ciudad y sus barrios. La planeación urbana debe involucrar a las comunidades de manera activa, reconocer su derecho a permanecer y promover su participación genuina en los procesos de renovación.

Inspirados por Jane Jacobs, podemos recordar que la vitalidad de las ciudades depende de la convivencia de múltiples usos y actores: la expulsión de comunidades erosiona la riqueza social y cultural de los territorios. El desafío principal es garantizar el derecho a la ciudad, el acceso a vivienda digna y la preservación de la diversidad cultural. No es un asunto de frenar la modernización o de rechazar a quienes llegan; es, en cambio, la oportunidad de construir reglas que fomenten la convivencia entre renovación y permanencia, inclusión y vitalidad barrial. Solo así la Ciudad de México podrá enfrentar la gentrificación con una mirada crítica, humana, inclusiva y diversa.

 

*Carlos Martínez Velázquez

Director del Fondo Mixto de Promoción Turística de la Ciudad de México

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