Por Carmen Contreras*
En el año 2000 la Asamblea Nacional de Francia aprobó el primer proyecto de ley en el mundo para garantizar la paridad de género en las instituciones de participación política. Para impulsar dicha iniciativa se utilizaron los datos del estudio que la OCDE había realizado en 1991 llamado “Las mujeres y el cambio estructural”. Aquel informe fue innovador porque mostró el sesgo de género en la toma de decisiones, indicando que la ausencia de las mujeres es una carencia para las políticas públicas y para la forma de hacer Política.
Por eso se llamó a los países miembros de ese organismo a instrumentar medidas que abrieran espacios de participación a las mujeres para combatir el desdén histórico con el cual nos han tratado desde hace varios siglos, es decir, confinarnos al oikos, negarnos la polis y el ágora.
En aquella discusión que se dio en Francia, la filósofa, escritora, política, profesora, feminista y activista contra la “maternidad subrogada”, Sylviane Agacinski, defendió la paridad de género en la representación política bajo dos ideas: Las diferencias en las condiciones sobre cómo participan en Política mujeres y hombres y la construcción de una nueva democracia que implica repensar la ciudad como el espacio del debate público en donde las ideas tuvieron un predominio masculino por siglos. Bajo estos pensamientos, su propuesta para la reforma al artículo tercero de la Constitución francesa fue: «La ley alentará el acceso igualitario para mujeres y hombres a la vida política y a los cargos electorales.”
La contribución de Agacinski es fundamental para pensar en los contextos socio-culturales de la participación, en los motivos, en cómo y quiénes toman las decisiones en la ciudad. Desde la escala barrial, en algún círculo vecinal que discute las acciones que se deben tomar y las gestiones a realizar para mejorar una calle, hasta la formulación de proyectos de gobierno y reformas legislativas, vale la pena analizar cuál es la participación de las mujeres más allá del 50-50.
Han pasado 21 años desde aquel debate en Francia que dio pie a una cadena de reformas legislativas que llegaron a México para garantizar la paridad. Pero ahora ya estamos en otro nivel de discusión sobre estas medidas.
Hoy es necesario pensar en la calidad de la representación de nuestros intereses en distintas escalas, así como en nuestra disponibilidad de tiempo para la participación, los riesgos y los temores propios y de los demás cuando estamos en la deliberación de los asuntos públicos, en un contexto caracterizado por la sobre-reacción a través de los medios digitales y redes sociales sobre cada cosa que expresamos.
En algunos casos encontraremos escenarios propicios para la representación y participación paritaria de las mujeres al hacer política: no es lo mismo involucrarse en los problemas del vecindario cuando hay tiempo, recursos monetarios, quien cuide a nuestros familiares y la mente despejada de preocupaciones financieras y afectivas, que participar atendiendo necesidades básicas propias y de otras personas, recorriendo largas distancias, en horarios extra laborales.
Y tampoco es lo mismo la participación política de las mujeres que han llegado a cargos públicos y de elección popular a través de la intervención de un hombre o de un grupo en el cual permanece una perspectiva masculinizada de lo prioritario o que niega los derechos fundamentales como a la salud sexual y reproductiva. Tema aparte es hablar de la violencia que se reproduce en el ámbito político cuando no hay compromiso ni entendimiento científico de las desigualdades de género.
Una tarea colectiva que nos corresponde hacer como especialistas en perspectiva de género para lograr representación paritaria de calidad es acabar con los mitos que solo se enfocan en el sistema “cuotas” que se cumple alcanzando un 50-50 en los espacios para dar un reporte positivo ante las convenciones internacionales a favor de los derechos de las mujeres.
No basta con contar el número de mujeres invitadas a cada panel, programa de entrevistas o foro académico como paliativo de nuestra ansiedad. Necesitamos más mujeres en los espacios en donde se definen las decisiones para una mejor experiencia de vida en las ciudades…
… pero mujeres comprometidas con el análisis de las diferencias que no excluyen la idea de que los hombres son parte y objeto de la violencia y la discriminación. Mujeres en cargos públicos y de representación popular que no excluyan a las mujeres trans y a ninguna persona por su identidad, orientación, pertenencia a un grupo y preferencia sexual. La ciudad como producto social es la inclusión de todas las personas y la adopción de esta idea para una praxis política distinta a la masculina es el gran aporte de las mujeres. Es decir, la responsabilidad pública atañe igualmente a mujeres que a hombres.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género