Por Iván Garrido*
“La primera entre todas”, así fue como muchos observadores de principios del siglo XX bautizaron a la que sería una de las colonias más exclusivas del Porfiriato y una de las más emblemáticas y de mayor tradición de la ciudad de México hoy por hoy: la Roma. Levantada sobre los antiguos Potreros de la Romita que servían para dar de pastar al ganado, Edward Walter Orrin, empresario inglés gerente de la compañía de Terrenos de la Calzada de Chapultepec S. A., solicitó el 24 de enero de 1902 permiso al ayuntamiento para fraccionar los potreros en mención pertenecientes a los señores Echegaray y Calero Sierra, y que formaban parte de la Hacienda de la Condesa.
Al momento de hacer la solicitud, Orrin se comprometió a dotar al proyecto de todos los servicios y comodidades habidas y por haber tales como drenaje, pavimentación, agua potable, banquetas, jardines, iglesias, un cuartel de policía, un mercado y una escuela pública. Un año después, en 1903, Porfirio Díaz le dedicaría una mención especial en su mensaje presidencial de aquel año expresando que tanto éste como otros fraccionamientos tales como la Condesa estarían dotados de “obras de saneamiento, alumbrado eléctrico, agua y pavimentación de primera clase” puesto que el objetivo mayúsculo consistió en hacer de la Roma un espacio plagado de “bulevares parisinos, grandes y arbolados”.
Si bien el Presidente de la nación se enorgullecía de ver cómo la Roma, “la flor más bella” del régimen suponía uno de los testamentos más sólidos del orden político, del progreso económico y de una modernidad capaz de rivalizar con la de cualquier nación europea o de los mismísimos Estados Unidos, los más encandilados con la creación de esta colonia fueron José Ives Limantour, Porfirio Díaz hijo, Enrique C. Creel, Pablo Escandón, Fernando Pimentel y Fagoaga, y Guillermo de Landa y Escandón quienes se vieron tremendamente beneficiados con el proyecto en lo que representó una de las operaciones inmobiliarias más lucrativas del régimen porfirista.
Por otro lado, varias de las residencias que fueron edificadas en la colonia se construyeron por encargo de las familias más acaudaladas del país con recursos propios mientras que muchas otras fueron erigidas por estratos sociales de menor poder adquisitivo que dependían del crédito inmobiliario otorgado por el Banco Americano y la Compañía de terrenos de la Calzada de Chapultepec para construir su patrimonio. Así, en la actual Roma Norte fueron creadas grandes mansiones en la Avenida Chapultepec, en el Jardín Orizaba (rebautizada en los años veinte como Plaza Río de Janeiro) y en las calles de Tonalá, Mérida y Medellín.
Ahora bien, uno de los móviles que animaron la creación de la Roma fue el ansia de las familias de posición media y alta por escapar de las condiciones de hacinamiento, de los miasmas, de la enfermedad, de la suciedad y de la insalubridad que durante siglos permeó el casco central de la ciudad de México. De ahí que tales sectores sociales erigieran sus casas tanto al sur como al poniente de la capital mexicana por ser éstos verdaderos vergeles que permanecieron a salvo de las inundaciones que históricamente ha padecido la ciudad de México desde su fundación a mediados del siglo XVI porque el entorno geográfico sobre el cual está asentado, a saber, la Cuenca de México, es uno de naturaleza lacustre en tanto que es uno de los sitios a nivel planetario que más precipitación pluvial capta al año: aquí llueve y llueve harto, pues.
La insalubridad en las calles, las recurrentes epidemias, los focos de infección representados por lugares en donde se faenaban animales y la presencia de roedores fueron el pan de cada día en la capital al cambio de siglo; ya el mismísimo presidente Manuel González expresó en su momento que “desde hace algunos años, una constante experiencia ha venido demostrando que las condiciones higiénicas de esta capital empeoran de día en día” mientras que una figura tan destacada como lo fue la del galeno Domingo Orvañanos hizo lo propio al sostener que el agua utilizada por los capitalinos tenía mal olor; que muchos cementerios estaban colocados en los atrios de las iglesias con tumbas localizadas a poca profundidad; que los basureros eran escasos por lo que la basura se arrojaba en casas, plazas y demás lugares públicos; que la ciudad sólo tenía cinco mercados modernos y que el resto eran puestos ambulantes colocados el aire libre; que los cuarteles ocupaban antiguos conventos y que carecían de condiciones higiénicas; y que existían casas de prostitución con escasa vigilancia sanitaria.
La solución que frente a tal panorama pusieron las autoridades sobre la mesa contempló la desinfección de calles y viviendas, el incremento de la instrucción pública, la extensión de la beneficencia pública, la creación y ejecución de obras hidráulicas como lo fue el Desagüe General del Valle de México y el embellecimiento de calles y avenidas, por mencionar algunas medidas. A la par, entre 1880 y 1920, para los vecinos clasemedieros y acaudalados de la ya apodada “Ciudad de los miasmas” la panacea fue, sencillamente, mudar sus residencias a las nuevas y elegantes colonias fraccionadas tanto al sur como al poniente de la ciudad de México tales como la Roma, el escenario histórico de 121 años, “la primera entre todas” y “la flor más bella” del régimen porfirista de cuya dimensión doméstica y vecinal aún queda mucho por historiar.
Referencias:
BAUTISTA, Gretel Ramos. La insalubridad en la ciudad de México durante 1899. Breve panorama dibujado por El Hijo del Ahuizote. Boletín del Archivo General de la Nación, 2014, vol. 8, no 04, p. 63-89
COHEN, Manuel Perló. Historias de la Roma. Microhistoria de la Ciudad de México. Historias, 1988, no 19, p. 159-170
PADILLA, Alejandra Contreras. Los cambios urbanos del siglo XX y el trazo de la colonia Roma
SÁNCHEZ RUIZ, Gerardo G. Epidemias, obras de saneamiento y precursores del urbanismo: La ciudad de México rumbo al primer centenario. Secuencia, 2010, no 78, p. 121-147
SANTA MARÍA, Rodolfo. La Colonia Roma a comienzos del XX: Arquitectura Patrimonial en ciudad de México. Arquitecturas del Sur, 1993, vol. 10, no 19, p. 13-20
*Iván Garrido
Mtro. en Historia y Etnohistoria especializado en Historia y Antropología de las enfermedades, las terapéuticas y las reacciones sociales frente a las endemias, epidemias y pandemias.
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