Uno de los principales recursos de transporte para los capitalinos es el Metro, donde cada viaje resulta una anécdota del reflejo social del que está compuesto la Ciudad de México.
Desde que se implementaron los divisores de vagones, en los que se recalca que son exclusivos para mujeres y niños menores de 12 años, los primeros vagones –uno, dos o tres, dependiendo la línea- tienen olor a esencias frescas, dulces y sintéticas que destacan la feminidad de las usuarias.
En horas matutinas de los días hábiles es común observar tumultos conformados de estudiantes y trabajadoras que a prisas pelean por tener un asiento o un lugar de acomodo fijo que les permita resaltar la belleza u ocultar las ojeras con los rimels de diversas marcas. Unas que otras prefieren recuperar minutos de sueño durante el traslado a su destino, aunque al final terminen con el cabello alborotado o el cuello adolorido.
Cierto día de noviembre del pasado año, cuando las estudiantes de universidad y bachillerato estaban en periodo final del semestre, el estrés y el cansancio se observaba en los ojos de las usuarias y el cansancio en el pestañeo constante que emitían. Una joven de alrededor de 20 años entró corriendo a uno de estos vagones exclusivos, el suspiro de alivio se escuchó en todas las puertas, probablemente pensaba que no lograría abordar ese tren y tendría que esperar uno o dos minutos a que llegara el otro.
Cuando la joven intentó acomodarse entre el espacio del pasillo, golpeó por accidente en la espalda a una señora de unos 40 años que se aplicaba labial color carmesí, la mujer emitió un gesto de incomodidad y la joven lo ignoró, se resguardó en el pasillo mientras otra señora de unos 50 años dijo: -¿Qué no sabes pedir perdón?- Dirigiéndose a la joven. El hecho provocó susurros entre las mujeres cercanas, opiniones sobre si tenía o no que disculparse con la señora.
La joven se disculpó con el argumento de que el cansancio no permitió que pensara en lo ocurrido; la señora de los 40 años sólo dijo: -No te preocupes, lo entiendo. Cada una llegó a su destino olvidando lo ocurrido, la última en descender del tren fue la señora de los 50 años quien hasta el último minuto de su viaje se dedicó a enjuiciar el accidente del que ella únicamente había sido testigo. Tal vez si la señora que manifestó el hecho no hubiera hablado, la señora del labial hubiera guardado la molestia y la joven lo hubiera ignorado, pero eso es sólo una hipótesis.
Si los vagones exclusivos hablaran, ¿cuántas historias como estas contarían?