Me gusta escribir cosas divertidas en mi participación dentro del Blog de Centro Urbano, y esto que escribo a continuación, será la excepción, porque la vida también tiene sus momentos crueles (inserte aquí el emoticón de carita triste).
Ingresé a la primaria a los 5 años, 7 meses, luego de un examen de maduración empecé a cursar mi primer año, y desde el primer día vi a la escolta de mi escuela y puse todo mi empeño y esfuerzo para un día estar ahí.
Era una niña muy determinada, inteligente (no porque sea yo, en serio, lo era, pregúntenle a los profes).
Trabajaba muy duro todos los días por sobresalir, por tener las mejores calificaciones, participar en cada evento escolar, y ¿por qué no? Siempre comprometía a mi mamá a ayudar en cuanta “kermesse” se nos cruzara.
En realidad, fue un trabajo en equipo, entre mi mami y yo… ella me motivaba siempre a ser mejor, a no conformarme haciendo tareas mediocres, y tenía mano dura cuando se necesitaba.
Un año antes de que escogieran a la escolta (en 4° año), una niña de 6° año, comenzó a entrenarme, cada sábado estaba yo en su casa y me mostraba todo lo que había que saber de la escolta y todos los movimientos que se requerían hacer.
Llegó por fin el día, el día que iban a elegir a las niñas de la escolta y por supuesto mi nombre estaba en la lista, con un promedio general de 9.9, salí del salón muy segura de mí, segura de que mi empeño, ya por haber sido tomada en cuenta, había valido el esfuerzo (no la pena, el esfuerzo).
Recibí, supongo, el primer golpe emocional de mi vida… el “profesor” de deportes en cuanto me vio llegar al patio, dijo
-¿Y tú que haces aquí?
Y yo, dije:
-Me mandó la maestra, porque tengo 9.9
El profesor, con frialdad respondió:
-Regrésate a tu salón, estás muy chaparra para la escolta.
ACOTACIÓN: A mis 26 años, mido 1.52 (imagínense en la primaria, era una cucarachita con uniforme)
Y ahí se me desvanecieron 5 años de esfuerzo, porque al final, tenía un objetivo, llegar a pertenecer a ese “selecto” grupo de niñas que escoltaban la bandera.
Cada vez que platico la anécdota, recibo una carcajada previa a un “pobrecita”… y es que sí, es una anécdota que 18 años después, empieza a sonar divertida cuando la cuento.
Siempre termino mis blogs diciendo que aprendí algo de esto, y si, aprendí algo muy importante…
No importa cuánto te esfuerces, siempre va a haber alguien que quiera hacerte menos, que te quiera derrumbar y que te mire como una persona menos capaz que los demás, ya sea por cuestiones físicas o personales (o simplemente porque no le caes bien), pero es cuestión de confianza en uno mismo, no permitir que esto nos afecte, trabajar por un objetivo, no quitar la vista de él e incluso elevar las expectativas.
Es muy fácil tratar mal a los demás, hablar mal o criticarlos, pero eso no te hará mejor persona.