Recuerdo que desde que era niña la festividad de Día de Muertos me emocionaba mucho, apenas iniciaba el año o era día del niño y yo le preguntaba a mi madre. ¿Cuánto falta para poner la ofrenda?… Tenía apenas cinco o seis años, según lo que me cuenta, pero yo ya quería comprar las flores e ir al panteón a visitar a familiares que jamás conocí.
Así como a la mayoría de la gente le emociona la Navidad, en mi caso Día de Muertos tiene un significado que va más allá. Desde que tengo uso de memoria el olor de la flor de cempasúchil, mezclado con el copal, las flores y la fruta perfumando mi casa me causa cierta nostalgia.
En las primeras ofrendas que recuerdo haber puesto, mi abuelita sólo me dejaba desojar el cempasúchil y hacer el caminito de la ofrenda hasta la entrada principal de mi casa.
Conforme crecía me dejaba prender veladoras, y de vez en cuando su cigarro a mi bisabuelo que tanto le gustaban los famosos Alitas. También me explicaba que debía prestarles mis juguetes a los niños que llegarían el 31 de octubre y ponerles dulces y vasitos de leche.
En estas fechas, mi abuelita y mis hermanas acostumbramos preparar dulces cristalizados. El año pasado me animé a hornear hojaldras con el ingrediente secreto, la flor de azahar, para que tenga ese sabor característico del pan de muerto.
Antes de los 22 años, colocaba la ofrenda a familiares que nunca conocí en persona, sólo por las fotos e historias que me contaban de ellos. Cuando falleció mi abuelito en 2013 entendí que la ofrenda sería aún más importante que la de años anteriores.
Cuando pierdes alguien muy cercano a ti, al principio te cuesta bastante entender y aceptar que jamás volverás a oír su voz, sus consejos ni su risa. Ya no volverás abrazarle ni reírte con él, es por eso que esta fecha se convirtió para mí en algo sagrado.
Porque cuando crees que tus familiares y antepasados volverán desde no sabes dónde, incluso sin saber que ese lugar existe, el simple hecho de tener la ilusión de que vendrán y prepararte para su visita lo hace real.
Sé que todos mis familiares siguen presentes en mi pensamiento y en mi sangre, porque sin su paso por este mundo, sin sus decisiones buenas o malas, yo no estaría escribiendo esto. Agradezco las enseñanzas que me dejaron y agradezco ser lo que soy hasta hoy, así como mi abuelita me inculco recordar a los que se fueron, así enseñaré a los que vengan para que el camino de cempasúchil nunca termine.