Por Carmen Contreras*
Son muchos viejos moldes para que encajen realidades nuevas y dinámicas en las ciudades mexicanas. En nuestro país, el enfoque de Bienestar para entender y atender los fenómenos de desigualdad de las mujeres probaron sus límites décadas atrás. Ahora nos referimos a las desigualdades urbanas desde modelos dinámicos y desde el concepto de democracia participativa.
En el inicio de este siglo ya se sabía que el enfoque de Bienestar en México fue insuficiente para abordar la situación de las mujeres, sus intereses políticos, sus condiciones de vida y sus posiciones de poder en las ciudades. Estas limitaciones se derivaron al tener como centro de explicación de las desigualdades la pobreza y no las asimetrías de los géneros. Este sesgo provocó políticas urbanas que:
- Consideraron a las mujeres como receptoras pasivas de los recursos de los programas estatales y usuarias “universales” de servicios e infraestructura de movilidad, de salud, de educación y cultura con perfiles homogé Por ejemplo, no es lo mismo una infraestructura de salud para mujeres adultas mayores en la alcaldía Benito Juárez que en Tláhuac en donde hay un 39% de esta población que vive en situación de pobreza. Hoy sabemos, -gracias al enfoque interseccional-, que las discriminaciones por origen étnico, edad, clase y otras influyen en el acceso a derechos y que este acceso es diferente en los territorios, aún dentro de la misma Ciudad de México.
- Se centraron en revertir el empobrecimiento de las mujeres a través del empleo y los subsidios sin abordar la brecha salarial, la duplicidad del tiempo por el trabajo en casa no pagado y el empleo formal, así como la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres al sentirse amenazados por la autosuficiencia de sus parejas u otras problemáticas como el abandono de hogar.
- Se orientaron por la idea de la maternidad como el rol más importante de las mujeres y que hay cualidades “naturales” en nosotras como la abnegación, el amor incondicional y la capacidad de sobrellevar la adversidad. Esta idea se encuentra muy arraigada desde el culto a la madre y los movimientos “maternalistas”. Como prueba y como dice la canción: “ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo” el monumento a la Madre en la colonia San Rafael de la Ciudad de México.
La evolución de los movimientos feministas, la globalización de la pobreza, el cambio tecnológico que permite tiempos hiper-acelerados para difundir información son nuevas realidades que ya no caben en el molde de las ideas antiguas sobre el Bienestar.
Es necesario recuperar los enfoques sobre las desigualdades y la pobreza urbana de la Economía , la Sociología, la Arquitectura y el Urbanismo feministas. Los conceptos como “agencia”, “empoderamiento”, “brechas de desigualdad”, “institucionalización” y “trabajo de cuidados” permiten una visión más amplia de los problemas de desigualdad urbana.
Recurrir al modelo de Bienestar del pasado sin tener un proyecto presente es desestimar los avances teóricos del feminismo y sus corrientes de pensamiento. En “Retropía”, Zygmunt Bauman cita a la Doctora en Literatura Eslava Svetlana Boym en su idea de nostalgia por el pasado histórico. La nostalgia “es un sentimiento de pérdida y desplazamiento, pero también un idilio romántico con nuestra propia fantasía personal… El siglo XX comenzó con una utopía futurista y concluyó sumido en la nostalgia”. En esa nostalgia por el Bienestar en México, las mujeres ocupamos un papel idealizado de abnegación y se nos voltea a ver siempre y cuando llevemos en los hombros la mayor responsabilidad en la crisis de la pandemia. Por ejemplo, detrás del discurso del “regreso a clases seguro” se esconde el trabajo de cuidados sin pagar, es decir, lo que en el feminismo se conoce como los “saberes discretos” de las mujeres.
En la crisis de los cuidados por la pandemia, el enfoque de Bienestar se queda corto porque alienta las prácticas asistencialistas y la distribución de las “ayudas sociales” de manera opaca. Las familias y las redes comunitarias se encargan de sobrellevar la producción de los servicios que dejaron de prestarse y una beca o un incentivo económico mensual nunca alcanzarán para compensar eso.
Quienes toman decisiones en la Ciudad de México deben cambiar la lente del Bienestar de los años ochenta para formular políticas urbanas participativas. Deben “des-aprender” viejos vicios como simular consultas ciudadanas sobre instrumentos de planeación que ya tienen definidos en sus escritorios y romper los viejos moldes para entender otros paradigmas que están surgiendo en la sociedad, de este lado. Estos paradigmas buscan fortalecen las redes de participación comunitaria respetando sus características de organización local a distancia de los partidos políticos para desarrollar estrategias no corporativas. Algunos ejemplos son los movimientos de defensa de los patrimonios ambientales en Coyoacán, Magdalena Contreras y Xochimilco en donde hay mujeres a la cabeza.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género