Por Horacio Urbano / En realidad habría que empezar por decir que la vida es una cosa esplendorosa… Y que ese esplendor se mide irremediablemente en momentos… Que siempre están asociados a un lugar… Que en muchas ocasiones forma parte de una ciudad.
No es casualidad que artistas de todo tipo hayan retratado la ciudad en su obra… Artistas de todo tipo… Y ciudades de todo tipo…
Instantes cuya fotografía tiene como escenario a la ciudad.
Toulouse Lautrec, Andy Warhol, Billy Joel, Mario Benedetti… Y muchos más que hicieron arte tomando como inspiración las ciudades que amaban.
No es casual que Woody Allen hiciera películas que terminaron siendo verdaderas declaraciones de amor a una ciudad…
Ninguna tan contundente como la que le hizo a su Nueva York amada con aquella entrañable Manhattan… Pero tampoco se quedan muy atrás otras como Medianoche en París, o A Roma con amor, que hacen pensar que algo bueno vivió el cineasta en esas maravillosas ciudades.
Las ciudades enamoran porque son el escenario de la vida.
Todos recordamos una calle, un parque, un barrio…
Todos recordamos momentos maravillosos vividos siendo seres urbanos… Residentes o visitantes…
Y bueno… Ante esta realidad bien vale la pena preguntar por qué no ayudamos a mejorar esos maravillosos escenarios en que transcurre nuestra vida.
¿Por qué no asumimos el compromiso de construir ciudades a la altura del futuro que queremos para nuestros hijos?
¿Qué es lo que nos enamora de una ciudad y qué podemos hacer para que nuestras ciudades tengan más cosas que enamoren?
Quizá tendríamos que volver a la pregunta original… ¿Para qué queremos las ciudades?
¿Queremos máquinas de eficiencia? ¿infraestructura fría y desvinculada a un objetivo humano?
Creo que no… Pero tampoco se trata de confundir el resultado con el instrumento…
No se trata de soñar con ciudades densas o verticales… Sino de buscar construir ciudades consolidadas, que en esa consolidación generen los efectos que queremos…
Queremos ciudades justas en lo social y competitivas en lo económico… Ciudades equitativas… Bellas… Que saquen a flote lo mejor de sus habitantes… Lo mismo como individuos, que como comunidades vinculadas en todas las escalas; desde la calle en que vivimos, hasta una dimensión de barrio y saliendo de este barrio para emprender el reto de alcanzar vínculos de alcance urbano, metropolitano y regional.
Queremos ciudades que provoquen que sus ciudadanos sean felices… Que les den más y mejores oportunidades para aspirar a un desarrollo integral, que les brinden infraestructuras, servicios y espacios públicos de calidad y, si no es mucho pedir, que sea un entorno generador de cultura.
¿Queremos ciudades memorables? Bueno… Pues no se van a construir solas…
La ciudad es un organismo vivo maravillosos que reacciona a los estímulos que se le dan… Que responde a los objetivos planteados en un modelo de planeación, regulación y gestión.
La ciudad reacciona a los estímulos… Pero también a la falta de ellos, o cuando los estímulos no son los adecuados.
¿Seriamos capaces de construir declaraciones de amor a nuestras ciudades?
O mejor aún… ¿Seríamos capaces de construir ciudades que nos provoquen declaraciones de amor?
La ciudad es una cosa esplendorosa… tanto así que aún aquellas que son territorio fallido provocan que sus habitantes las quieran.
La gente quiere a su ciudad porque se acaba encariñando con sus defectos… Se encariña con las cicatrices de sus calles, con la identidad que les otorgan sus carencias…
La gente vive la ciudad y eso provoca vínculos que hacen más tolerables los problemas.
Pero, ¿Qué pasaría con los habitantes de las ciudades si de pronto despertaran del enamoramiento y vivieran de golpe la contundencia del tráfico?
De los interminables recorridos desde la casa hasta los trabajos y escuelas… De las miserias cotidianas y el desencanto que provoca ver que el desmadre urbano se convierte en inseguridad…
¿Qué pasaría si el amor se acabara y llegara el desencanto?
¿Qué pasaría si de pronto nos diéramos cuenta de que nosotros podemos cambiar la ciudad y que no haberlo hecho antes nos tiene viviendo de una forma que no nos acaba de satisfacer?
El reto es entender la ciudad no como una fábrica de eficiencia… Sino como una fábrica de instantes memorables.
El reto es entender que la ciudad no es producto terminado sino organismo vivo en transformación constante.
El reto es domar la ciudad, creando condiciones que permitan que entregue los resultados que esperamos.
El reto es no permitir que la ciudad sea fruto de la casualidad, sino resultado directo de un proceso coordinado de planeación, regulación y gestión urbana.
Las ciudades cambian cuando sus habitantes deciden ser ciudadanos y encabezar ese cambio.
No dejemos que la ciudad condicione nuestro fututo… Provoquemos que nos lleve a donde queremos llegar.
Horacio Urbano es arquitecto. Su experiencia profesional se ha desarrollado en los diferentes ámbitos que definen la industria de la vivienda. En 1999 inició un proyecto editorial dirigido a los sectores inmobiliario y construcción que a lo largo de los años se ha convertido en una poderosa plataforma multimedios y en una verdadera referencia para esta industria. Fundador, junto con la también arquitecta Roxana Fabris, de Grupo Centro Urbano, firma que impulsa y desarrolla una serie de esfuerzos de comunicación relacionados con estos sectores. Como parte de su trabajo en México y el extranjero, ha escrito o participado en una serie de libros especializados, es colaborador de diferentes medios impresos y electrónicos, es activo conferencista y bajo diferentes modelos colabora también con diversas empresas e instituciones públicas y privadas del sector.