Por Javier Garciadiego*
Hoy tratamos -como instituciones públicas, como urbanistas, como ciudadanos que han visto el fracaso de haber pensado que el problema de la vivienda en México era una cuestión solo de cantidad- de hacer ciudades más compactas, mejor comunicadas y más densas en contenido. La idea se repite como un mantra: cada vivienda construye una ciudad y la suma de las viviendas resulta en el entorno que habitamos. Como concepto es claro y suena bien. Implica, claro, que cada vivienda –y cada vida que acaba determinando– quede supeditada al bien común, a la urbe sana. Cuando hay que transformar el mantra en política pública se vuelve complejo.
La primera conclusión es que no todas las familias podrán vivir en una casa de dos pisos con jardín, forzosamente alguien acabará viviendo en un tercer piso con un comercio en planta baja y nunca será dueño de la tierra sino que será un condominio.
Las políticas públicas pueden escalarse y tocar temas más y más polémicos. Entonces, la propiedad de la tierra ¿se pulveriza o se concentra? ¿La construcción de miles de viviendas en la periferia de las ciudades se detiene a costa de que cueste miles de empleos y millones de pesos o se permite a pesar de la condena de sus habitantes a largos trayectos y entornos urbanos sosos? La tendencia a la gentrificación ¿se solapa o se contempla? Presionar con incrementos de predial a los predios subutilizados ¿se aplica a pesar de que, junto con la urbe sana, favorece a las personas con la liquidez necesaria para comprar terrenos? A las viviendas que se construyeron, que no encajan en el perfil de la ciudad sustentable y que se abandonan. ¿Se les invierten recursos para fortalecerlas o se aplican a causas que no eternicen estas no-ciudades?
La revaloración de la vivienda existente en los centros de las ciudades es otro eslabón fundamental en el proceso de construir mejores ciudades. Es, dentro de los procesos a realizar, uno de los menos dolorosos. Aquí entra el programa “Mejorando la Unidad” del Infonavit: para revitalizar las unidades habitacionales que construyó o financió el Instituto en años anteriores. El reto no es sencillo. Las unidades habitacionales son complicadas. Se les realizan mejoras superficiales en cada campaña política, los efectos se desvanecen rápido y lo que permanece es la sensación de que el gobierno tiene el deber de dar más. La magnitud del trabajo por hacer es inmensa, hay casi 800 unidades del Infonavit en el Distrito Federal.
La situación en la que cada unidad se encuentra es abismalmente distinta. Habrá una unidad de 3 mil viviendas muy arboladas pero que viven la mitad del año parcialmente inundadas; y/o 500 viviendas en buen estado físico pero con un problema de alcoholismo en los jóvenes que exige restauración social. Si se decide que el presupuesto se asigna de forma uniforme las soluciones sólo serán cosméticas. El reto del programa está en la implementación de un método de análisis masivo y certero para luego saber interpretarlo en intervenciones realmente útiles.
“Mejorando la Unidad” se diseña considerando que toda intervención es respaldada por un diagnóstico individual; las soluciones se construyen desde dos frentes, se solidifica la cohesión social y se mejora físicamente el espacio. Los proyectos que se realicen mejorarán el espacio común de las unidades habitacionales, que el territorio de todos sea capaz de ofrecer lo que el interior de una vivienda no puede.
*Colaborador del 5° Foro Internacional de Vivienda Sustentable