“Yo creo que si algo nos hace falta en esta época es vivir dentro de la naturaleza y sin contaminación”, señaló Senosiain
En el marco del Foro Owens Corning, el arquitecto Javier Senosiain destacó que la arquitectura orgánica resulta clave ante la crisis ambiental y la vida urbana contemporánea.
“La arquitectura orgánica es la filosofía de la arquitectura que busca la armonía entre el hábitat del hombre y el mundo natural, entonces yo creo que si algo nos hace falta en esta época es vivir dentro de la naturaleza y sin contaminación”, explicó.
Desde su perspectiva, uno de los retos centrales para que desarrolladores y autoridades adopten estos principios no está en la técnica, sino en la toma de decisiones:
“Yo creo que (el reto) es la voluntad política de tratar de hacer algo que es muy, muy necesario y sobre todo es parte de lo que nos da la salud, el oxígeno y el vivir con una calidad de vida mejor de la que estamos”, señaló en entrevista con Centro Urbano.
Asimismo, lejos de ser una propuesta reservada a proyectos singulares, Senosiain sostuvo que la arquitectura orgánica puede aplicarse también a proyectos de vivienda masiva e incluso de interés social, sin encarecer los desarrollos.
“Vimos un proyecto de interés social con casas de 30 metros cuadrados, entonces creo que a cualquier escala se puede hacer este tipo de arquitectura orgánica”, aseguró.
Y, de igual manera, advirtió sobre las consecuencias de mantener separadas ciudad y naturaleza: “Cada vez va a ser más complicado, al gobierno le va a salir más caro porque al final de cuentas hay más enfermedades, tanto físicas como psicológicas”.
Con ello, Senosiain resume su postura: reconciliar el entorno construido con el mundo natural no es un lujo estético, sino una necesidad de salud pública y de calidad de vida para las ciudades.
La búsqueda de espacios curvos y humanos
Por otro lado, durante su presentación en el Foro, Senosiain indicó que, más que un estilo, la arquitectura orgánica representa una forma de repensar cómo vivimos: regresar a espacios más cercanos a la naturaleza, a las curvas y al movimiento, y alejarse de la rigidez de la vida “en cajitas” que imponen las ciudades contemporáneas.
El arquitecto relató que, al finalizar sus estudios profesionales, comenzó a interesarse por la búsqueda de espacios curvos, pues, a su juicio, son “más humanos” que los espacios rectos, ya que las curvas responden a la manera en que se mueve el cuerpo, se relaciona el ser humano con el entorno y se comportan las fuerzas estructurales.
“La línea recta casi no existe en el universo. En la naturaleza todo gira en espiral, desde el microcosmos hasta el macrocosmos”, dijo.
De igual manera, el arquitecto conectó sus ideas con la experiencia más íntima del cuerpo: desde la sensación de protección del vientre materno hasta la manera en que un columpio, un carrusel o una hamaca remiten a movimientos suaves y envolventes.
Y, retomando la palabra náhuatl apapacho (abrigo del alma), habló de la importancia de crear espacios que cobijan, que no encandilan ni agreden, donde uno puede estar descalzo, apoyarse en superficies curvas y sentir que el entorno se adapta a su cuerpo.
En ese sentido, su obra y su discurso convergen en una misma idea: la arquitectura orgánica no es sólo un estilo reconocible, sino una forma de volver a poner al ser humano y a la naturaleza en el centro del diseño.
“El espacio natural de los animales y del hombre es curvo. La tarea es lograr que también lo sean las ciudades en las que vivimos”, concluyó.
