Juan O’Gorman creía firmemente que la arquitectura debía ser accesible, económica y socialmente útil, y que el arte debía servir al pueblo
Este 6 de julio se cumplieron 120 años del natalicio de Juan O’Gorman, uno de los arquitectos y muralistas más influyentes del México moderno, cuyo legado artístico y social continúa vigente en el paisaje urbano y en la memoria cultural del país.
Nacido en Coyoacán, al sur de la Ciudad de México, el 6 de julio de 1905, Juan O’Gorman no solo diseñó espacios emblemáticos como la Biblioteca Central de la UNAM o la Casa Estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo, sino que también transformó la manera de concebir la arquitectura funcional en México.
Su visión combinó la estética con el compromiso social, lo que dejó una huella profunda en generaciones de arquitectos, artistas y urbanistas.
Una vida entre muros, mosaicos y utopías
Hijo del ingeniero irlandés Cecil Crawford O’Gorman y de Encarnación O’Gorman, Juan creció entre Guanajuato y la Ciudad de México. Estudió arquitectura en la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM y se graduó en 1927, en una época en que el país buscaba reconstruirse tras la Revolución.
Fue entonces cuando abrazó los ideales del funcionalismo, influenciado por Le Corbusier, pero también por su propia convicción de que el arte debía servir al pueblo.
A los 26 años, diseñó uno de los primeros ejemplos del funcionalismo en América Latina: la Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, en San Ángel. La obra rompía con las normas tradicionales de la época al priorizar la función sobre la forma, al tiempo que integraba el entorno con audacia.
O’Gorman creía firmemente que la arquitectura debía ser accesible, económica y socialmente útil. Esta filosofía lo llevó, durante su etapa como jefe de la Oficina de Arquitectura Escolar de la Secretaría de Educación Pública, a diseñar 26 escuelas públicas en la Ciudad de México, concebidas con materiales baratos, estructuras sencillas y máxima funcionalidad.
El mural como narrativa de la nación
Sin embargo, Juan O’Gorman también fue un artista de gran envergadura. En sus murales plasmó una visión crítica, profunda y, a veces, combativa de la historia mexicana. Su obra más icónica, el mural de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria —con más de 4,000 metros cuadrados de mosaico— es un testamento visual del devenir histórico del país: desde el México prehispánico hasta la era moderna.
Otras de sus obras murales incluyen el ‘Retablo de la Independencia’ en el Castillo de Chapultepec, los murales del ex convento de San Pedro y San Pablo, y una serie de frescos en Pátzcuaro que narran la historia de Gertrudis Bocanegra.
Su estilo mezclaba elementos del surrealismo con una fuerte carga simbólica, integrando paisajes volcánicos, esqueletos, volcanes, libros y elementos precolombinos. A diferencia de sus contemporáneos Rivera y Siqueiros, O’Gorman apostó por un lenguaje más introspectivo y espiritual, aunque no menos comprometido con la realidad social del país.
Una arquitectura viva, más allá del concreto
Uno de sus proyectos más ambiciosos y personales fue la ‘Casa-Cueva’ en el Pedregal, donde vivió con su esposa. Concebida como un espacio orgánico integrado al paisaje volcánico, la casa era un manifiesto contra la arquitectura tradicional y una utopía construida en piedra, vidrio y vegetación. Lamentablemente, fue demolida en 1969, pero su concepto sigue inspirando a arquitectos de todo el mundo.
O’Gorman falleció en 1982, pero su influencia permanece viva. Su trabajo marcó un antes y un después en la historia de la arquitectura mexicana, no solo por su audacia estética, sino por su visión ética y social. Fue galardonado con el Premio Nacional de Bellas Artes en 1972, y su nombre se encuentra inscrito en la historia del arte y la arquitectura como uno de los grandes modernistas del siglo XX.









