Por Jorge Gamboa de Buen*
Hablar de arte es complicado. No existen parámetros, métricas ó baremos por lo que crear un sistema de evaluación ó análisis se vuelve imposible.
‘Actividad realizada con una finalidad estética ó comunicativa para expresar ideas, emociones y una visión del mundo’. Esta definición académica se queda corta
ante la antigüedad y universalidad del arte.
Por ejemplo, hablando de escultura valoramos muchas obras porque son muy antiguas como la Esfinge de Guiza ó una Venus neolítica. Otras son admiradas por
su perfeccionismo técnico como el rapto de Proserpina de Bernini.
En este universo gigantesco e inabarcable destacan dos esculturas clásicas que sobresalen por su popularidad aunque separadas por 17 siglos: la Victoria Alada
de Samotracia y el David de Miguel Angel Buonarroti. La primera del mundo griego y la segunda del renacimiento inspirado en los valores de Grecia y Roma.
Niké la diosa de la Victoria fue creada 190 años antes de Cristo y durante dos mil años estuvo perdida en la isla de Samotracia hasta que en 1863 fue descubierta
por el cónsul francés Charles Champoiseau, arqueólogo aficionado, para quedar bien con Napoleón III quien quería engrosar el acervo del Louvre.
Hay distintas conjeturas sobre la conmemoración para la cual fue creada. La más plausible es que fue esculpida para conmemorar un triunfo naval. Es una figura
femenina con alas de dos metros setenta y cinco centímetros posada sobre la proa de un barco.
Se encuentra en París en el descanso de una de las escalinatas principales del Museo del Louvre. Se encontró incompleta. La cabeza y los brazos nunca aparecieron.
Su restauración duró cuatro años. El fragmento de barco apareció después. Cada uno de los pliegues de la túnica provoca un efecto de dinamismo. La Niké parece dominar la fuerza del viento sobre la proa de un navío. El poeta Rainer Maria Rilke vió en ella ‘una imperecedera recreación del viento griego en lo que tiene de vasto y de grandioso’.
Solo abandonó el Louvre en 1939 ante la inminencia de la guerra para retornar en 1955 lo que se convirtió en un acontecimiento nacional y símbolo de la liberación de Francia.
El David fue realizado entre 1501 y 1504 por encargo de la catedral de Florencia y se convirtió en símbolo de la República de Florencia. Es una escultura de mármol
blanco de cinco metros de alto.
Representa al David del antiguo testamento antes de vencer al gigante Goliat. Sus proporciones no corresponden con las de una figura humana. Su cabeza, manos y torso son más grandes que las proporciones naturales. Su destino original era estar sobre un contrafuerte y las distorsiones permitían que se viera bien desde un punto bajo.
El David no ha viajado mucho. Permaneció 370 años en la Plaza de la Señoría.
Para protegerlo de las inclemencias del tiempo en 1873 se trasladó a la cercana Galería de la Academia y en su lugar se colocó una réplica. Ambas son visitadas por millones de turistas al año.
La portentosa escultura no estuvo exenta de polémicas. El bloque de mármol de Carrara que Miguel Angel esculpió estaba dañado y había sido abandonado durante varias décadas. Fiel a su técnica el escultor fue descubriendo el cuerpo de David en el interior del bloque. Muchos piensan que la postura, la cabeza mirando a la izquierda ó el balance del peso en los pies son consecuencia de ello.
En un homenaje a ambas esculturas y como una generosa aportación al público mexicano el Museo Soumaya ha obtenido una réplica, certificada por la Galería de la Academia en Florencia, del David y otra, magnifica también, de la Victoria.
El David, que se presenta orgulloso en el vestíbulo del museo, es impresionante porque el tamaño, el color y la textura son casi idénticos al original. Está esculpido
en mármol de Carrara por artistas florentinos. Su base también es igual a la original.
La réplica de la Victoria Alada carece de la pátina de un mármol labrado hace más de dos mil años, se ve demasiado blanca y le falta la base en forma de proa de
barco pero aun así es bellísima.
Vale mucho la pena tomarse unas horas y visitar el Museo Soumaya para admirar ambas creaciones del genio humano.