El reto es limitar los efectos de desaceleración e inflación y evitar que estos tengan al sector
inmobiliario bajo fuego
Por Horacio Urbano*
Imposible pensar que la inflación más alta en 20 años no nos afecte. Más cuando viene acompañada de un largo proceso de desaceleración de las economías, y de los efectos difíciles de pronosticar de una pandemia y una guerra.
Vivimos tiempos de enormes presiones en materia económica. Presiones que afectan las economías de los países y el desempeño de empresas de todos los tamaños y todos los ramos, pero que también, inevitablemente se hacen sentir en los bolsillos de cada uno de nosotros.
Esto por supuesto toca a la puerta de las industrias de la construcción, inmobiliaria y la vivienda, que pese a todo, hacen enormes esfuerzos por encontrar formas de mantener su actividad.
Desaceleración e inflación
El problema evidentemente es enorme, porque la construcción topa además con un cambio de modelo de produccción que ha reducido en forma muy importante la participación del sector privado en la obra pública.
Al mismo tiempo, la vivienda padece los efectos de la obsolescencia de los instrumentos de planeación urbana, la sobreregulación y la debilidad de las políticas públicas locales, que juntas, se traducen en altos costos del suelo apto para el desarrollo habitacional, que hacen imposible desarrollar vivienda social.
Por otra parte, hay que decir que desaceleración e inflación tienen al sector inmobiliario bajo fuego, con un escenario de baja demanda, alzas en costos y un entorno normativo muy poco propicio para el desarrollo de sus actividades.
Claro que si nos centramos en ver qué está pasando en el sector inmobiliario, habría que empezar por analizar por separado cada uno de los segmentos que lo integran, así como por señalar que el desempeño cambia en función de la plaza, segmento del mercado que se revise y características muy específicas de cada proyecto.
Sector inmobiliario bajo fuego
Hay que decir que para el sector inmobiliario los primeros meses de la pandemia fueron particularmente complejos, ante los anuncios de cierre de actividades que implicaban el cierre de activos inmobiliarios de todo tipo.
Y bueno, también hay que recordar que el inicio de la pandemia provocó que las obras de construcción fueran detenidas durante varias semanas y después, tuvieran que reanudarse siguiendo estrictas medidas de seguridad, con todas las consecuencias que esto tuvo para los proyectos en marcha.
Y el hecho es que durante los más de dos años de pandemia el sector inmobiliario ha vivido complejos procesos de reactivación en sus operaciones, y que hoy aún debemos hablar de una actividad marcada por ello y marcada también por la serie de cambios en nuestras formas de vida, trabajo, estudio, transporte y recreación.
37 ramas económicas
No ha sido fácil, pero llegado a este punto, habría que hablar de los retos de coyuntura que toca enfrentar como consecuencia de la desaceleración de la economía y la inflación, que golpean lo mismo a oferta que a demanda, los dos factores que definen un mercado.
Por esto el título: Desaceleración e inflación; sector inmobiliario bajo fuego.
Contundente; la falta de desarrollo económico y una alza generalizada de costos, incluyendo, por supuesto, el del dinero, constituyen un enorme reto a vencer en la medida en que limitan la demanda de todo tipo de espacios inmobiliarios y encarecen la producción de aquellos que sí podrían ser tomados por el mercado.
Porque esto que vivimos limita las capacidades de compra de quienes necesitan un bien raíz, que evidentemente tienen menos recursos para destinar a ello y acceso a menores montos de un financiamiento que ya muy posiblemente será más caro.
Y limita también las capacidades de producción de una actividad que implica la suma de 37 ramas de la economía.
Estirar la liga
Porque hay que entender que la solución no es tan simple como subir los precios de los inmuebles, porque al hacerlo se saldrían del rango que alcanzan las capacidades de compra de sus clientes potenciales.
De hecho, lo que habría que entender es que si los precios de los inmuebles no han subido más es porque el mercado no tiene esa elasticidad y los desarrolladores o propietarios han tenido que asumir ese impacto inflacionario descontándolo de sus márgenes de utilidad.
Y esta liga solo se estira hasta donde se puede… Y cuando ya no da más, y ante la imposibilidad de subir precios porque no habría clientes para ello, la decisión ha debido ser dejar de producir ese producto, por más importante y necesario que éste sea.
Esto es precisamente lo que ha pasado con la vivienda social… Dejó de ser viable construirla…
Y cuando no se puede, no se puede…
¿Y los inversionistas?
Y ojo, que a todo esto también hay que agregar la variable inversión, porque los inversionistas no tienen y no tendrían que ser damas de la caridad…Y ante la falta de condiciones y las enormes dudas, en muchos casos han decidido frenar inversiones y llevar sus recursos a puertos más seguros.
Y esto no es ni bueno, ni malo, es nomas la naturaleza del capital.
Nada que se diga va a limitar los efectos de desaceleración e inflación y evitar que estos tengan al sector inmobiliario bajo fuego.
Lo que sí, es que habría que esperar que las autoridades entiendan el problema, entiendan también la importancia que el sector inmobiliario tiene para el desarrollo nacional y entiendan el papel que como autoridad deben tener en el proceso de crear condiciones que permitan la reactivación de esta industria.
Que entiendan los altos costos de que se queden sin hacer nada.