Por Gustavo López Padilla*
En este sentido, en los meses recientes hemos aprendido, que en buena medida el control de la enfermedad tiene que ver directamente con nuestras actitudes cotidianas, siendo necesario el uso de mascarillas, higiene constante en el lavado de nuestras manos, el evitar tocar nuestro rostro y procurar una sana distancia de convivencia entre quienes vivimos en las ciudades.
Se trata además en la medida de lo posible, de habitar en lugares ventilados, asoleados, bien iluminados, contando también con medidas razonables cotidianas de higiene. Estas rutinas necesarias de conducta, que parecen sencillas en su aplicación, nos ha costado muchos esfuerzos el implementarlas razonablemente, en buena medida por las condiciones adversas imperantes en muchos de los ámbitos que habitamos, pero sobre todo su incorrecta aplicación tiene que ver con una limitada educación y compromiso social, que nos ha llevado ha ignorar o desdeñar las recomendaciones que se hacen constantemente al respecto.
Hablamos entonces de la necesidad de contar con una educación que debe implicar conocimiento, respeto y consideración por la salud de uno mismo, de la familia, la sociedad con la cual convivimos y que tiene que ver con el conjunto de la humanidad.
Hay que insistir una y otra vez, que en buena medida el control y superación de la enfermedad están referidas fundamentalmente a nuestras conductas sociales, independientemente que la ciencia pueda lograr su contención y cura.
Recientemente se han realizado una buena cantidad de encuentros, conferencias y seminarios de distinta naturaleza, en los cuales se ha discutido ampliamente sobre la significación y control de la enfermedad, pero además tratando de visualizar como podría ser la vida, la calidad espacial y material necesaria en las ciudades, una vez pasada la emergencia de salud.
En estos encuentros, los estudiosos de la arquitectura y las ciudades han reflexionado y sugerido distintos escenarios y condiciones que, según ellos, deberían imperar en la habitabilidad de las viviendas, lugares de trabajo, educación, recreación, transporte y convivencia comunitaria, para lograr relativamente mejores condiciones de vida en un presente y futuro cercanos, existiendo entre las propuestas presentadas denominadores comunes, que si los pensamos con detenimiento, forman parte de las ideas que han acompañado el desarrollo de la arquitectura y las ciudades, desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días.
En este sentido, tenemos que recordar que como consecuencia de la Revolución Industrial, se generaron malas condiciones de habitabilidad en las ciudades y desde aquellos años y sobre todo a lo largo de los siglos XIX y XX, se propusieron cambios en las realidades materiales de las viviendas, lugares de trabajo y en las infraestructuras de las ciudades, pensando en mejorar las negativas condiciones de higiene y habitabilidad en las mismas, que se identificaron como causantes directas de enfermedades y epidemias de carácter colectivo.
Mas allá de posturas compositivas y formales, que se asociaron con distintos movimientos arquitectónicos y urbanos en lo particular, se planteó que los lugares habitables en las diversas arquitecturas y ciudades, debían ser limpios, ordenados y contar con buena iluminación, ventilación, asoleamiento, disponibilidad de agua potable y redes de drenaje.
Desde aquellos años además, se discutió la necesidad de contar con espacios abiertos eficientes y suficientes, ya fueran calles, plazas o jardines, para propiciar la sana convivencia social y el intercambio de experiencias de vida.
La valoración de la naturaleza también estuvo presente en estas ideas conceptuales y proyectuales, identificándose lo anterior desde lo que tiene que ver con las propuestas urbanas de los llamados socialistas utópicos, como Ebenezer Howard (1850-1928), pasando por los criterios e ideas asentados en la llamada Carta de Atenas (1933) con sus ideas de zonificación, que forman parte del movimiento racionalista, identificado con los trabajos de Ludwig Karl Hilberseimer (1885-1967) y Le Corbusier (1887-1965), hasta la conceptualización de las ciudades jardín, asociadas particularmente con el pensamiento y las propuestas de Frank Lloyd Wright (1867-1959) y Bruno Zevi (1918-2000).
Los resultados del conjunto de las ideas del movimiento moderno son muy diversos, con aciertos y errores, dependiendo de su aplicación en las distintas culturas, sociedades, economías y la realidad tecnológica, material, geográfica y ambiental de las ciudades donde fueron aplicadas.
Además, desde hace por lo menos cincuenta años, los estudiosos de las ciudades, entre los que destacan la pensadora y activista social Jane Butzner Jacobs (1916-2006), el sociólogo y urbanista Lewis Mumford (1895-1990), el arquitecto y urbanista danés Jan Gehl (1936) y Ken Yeang (1946), arquitecto malasio, han valorado las realidades de las ciudades modernas, llegando a proponer una serie de ideas proyectuales, que tienen que ver sobre todo con la calidad de los lugares privados habitables, hasta los ámbitos de espacios abiertos de convivencia en las ciudades, con particular énfasis en lo que tiene que ver con la movilidad urbana.
Estos estudiosos han insistido en lo que tiene que ver con la arquitectura, en su espacialidad flexible, correcta iluminación, asoleamiento, ventilación, aprovechamiento de las aguas de lluvia y residuales, regulación del ruido e incorporación de componentes verdes, que pueden ser solamente de carácter paisajístico y ambiental o llegar a constituir pequeños o grandes huertos urbanos.
En lo que se refiere a las ciudades, estos mismos expertos y conocedores de la materia, han planteado transformar en la medida de lo posible, importantes zonas urbanas a una condición caminable, contar con plazas y espacios jardinados, cotidianamente alcanzables peatonalmente y en lo que tiene que con la movilidad, utilizar preferentemente la bicicleta y los transportes públicos no contaminantes.
Se ha insistido en utilizar energías renovables, amables lo mas posible con la naturaleza, como la eólica, solar o la del hidrógeno y considerar la basura no como un desperdicio, sino como un bien reciclable, que contribuye además a la economía de las propias ciudades.
Las propuestas han incluido el contar en las grandes ciudades, con sub centros urbanos, que puedan alojar viviendas, lugares de trabajo, administración y recreo, de tal manera que se puedan regular, optimizar y minimizar los recorridos cotidianos necesarios de los habitantes en las ciudades.
En las ya comentadas platicas y conferencias mas recientes sobre el tema del Covid 19 y sus consecuencias en el futuro inmediato de las ciudades, desarrolladas por diversos especialistas, la mayoría de las conclusiones a las que se ha llegado, no difieren sustancialmente en términos generales de ideas, en relación a lo que se ha expresado previamente líneas arriba.
Sin embargo algunos en estas platicas, han propuesto que se incentive la vida semirural, alojando viviendas en las periferias disponibles alrededor de las ciudades, aplicando criterios de densidades construidas bajas, tratando de regular las poblaciones urbanas, pensando que con ello se puede contribuir al control de las enfermedades epidémicas y mejorar al mismo tiempo la calidad de vida de algunos grupos sociales.
En este sentido, vale la pena decir, que en lo que tiene que ver con el desplazamiento territorial hacia las periferias con viviendas nuevas, hay que considerar que el crecimiento horizontal ocupando espacios naturales verdes, ha demostrado históricamente que resulta finalmente contraproducente desde el punto de vista ambiental, además de caro, ya que requeriría mucha área para alojar las extensiones urbanas, teniendo que sumar a ello los costos de construcción y operación de las infraestructuras necesarias, como lo que tiene que ver con las redes de agua potable, drenaje, electricidad, gas y las vialidades necesarias para permitir la movilidad particular y lo que tiene que ver con el transporte público.
A lo anterior habría que sumar todavía los costos de los equipamientos en materia de comercios, educación, recreación y salud, para que estas nuevas áreas urbanas pudieran funcionar integralmente y no solo operar como lugares dormitorio, con las consecuencias negativas que lo anterior implica y que también ya se han experimentado previamente con malos resultados.
Sumado a lo anterior, los expertos han propuesto que en las viviendas disponibles en las ciudades, se pudiera contar con terrazas abiertas al exterior en los frentes de sus fachadas, para permitir aunque sea de manera limitada, una vida exterior al aire libre y mejores condiciones de iluminación y ventilación al interior de los espacios habitables, al contar con ventanas mas amplias.
En lo referente a estas terrazas en las viviendas, el tema fundamental a resolver es su costo, si pensamos en las limitaciones y dificultades de adquisición de viviendas de interés social, por parte de los mayoritarios grupos sociales menos favorecidos económicamente, toda vez que las viviendas que se ofrecen y pueden adquirir en la actualidad, rondan entre 45 y 60 metros cuadrados útiles de construcción.
Si pensamos en terrazas adicionales, habría que considerar de menos otros 5 o 6 metros cuadrados de construcción, con los consecuentes costos que ello implica. Pero en el mismo sentido, se podría pensar también en otra alternativa para contar con espacios exteriores habitables en los edificios de viviendas, que podría ser la implementación de terrazas en azotea, que pueden llegar inclusive a constituir pequeños huertos urbanos, con las ventajas ambientales y económicas que lo anterior implica.
Pero al final de cuentas, en buena medida lo que tiene que ver con la transición entre la presencia actual del Covid 19 y la vida posterior al mismo, la mejor postura para enfrentarlo tiene que pasar necesariamente por el tamiz de la educación y la reflexión crítica.
Educación para entender y enfrentar de manera inteligente su realidad, asumiendo y respetando las conductas y medidas necesarias para limitar su presencia, proliferación y mortalidad. Cada uno debe ser corresponsable para que lo anterior suceda, pensando en el bien propio y en el bienestar social.
Educación a todos los niveles, desde el preescolar hasta los universitarios para seguir impulsando el desarrollo de la ciencia, para descubrir nuevas y distintas modalidades médicas para enfrentar esta y otras enfermedades, que tienen que ver con la vida en las ciudades.
Educación para entender que necesitamos mejorar hábitos alimenticios, para mejorar y reforzar nuestras condiciones naturales de salud e inmunidad y evitar enfermedades que combinadas unas con otras, nos vuelvan vulnerables, como sucede actualmente.
Educación para incluir en nuestra salud, hábitos y rutinas cotidianas relacionadas con el ejercicio físico de nuestro cuerpo.
Educación para comprender que vivimos necesariamente vinculados con la naturaleza, a la cual debemos respetar y restituir los equilibrios necesarios, que hagan viable y mas amable la vida en las ciudades. Consideraciones a la naturaleza que deben implicar conocimiento y respeto por las múltiples y variadas especies que nos acompañan formando parte de los ecosistemas de vida en la tierra.
Está claro que si violentamos nuestra relación con los otros seres vivos que nos acompañan, pueden suceder desequilibrios y enfermedades como la que ahora enfrentamos.
Educación para regular nuestros crecimientos poblacionales y su razonable distribución en los territorios aptos para el desarrollo, pensando que los recursos naturales disponibles para la vida son limitados y finitos.
Educación enfocada en los distintos grupos sociales, con especial atención en aquellos menos favorecidos, para que a partir de estudiar puedan conseguir trabajos razonablemente remunerados y a partir de lo anterior puedan contar con recursos y ser sujetos de crédito, con lo cual puedan acceder a viviendas saludables, confortables y servicios dignos.
Hablamos de que mejorar el conjunto de la economía con un carácter social y humanista, puede hacer viable las transformaciones urbanas y arquitectónicas que se visualizan para una mejor vida urbana. Sin economías sólidas todas las propuestas urbanas y arquitectónicas de mejoramiento y saneamiento, quedan simplemente en ideas o utopías difícilmente alcanzables o lejanas de realización en el tiempo.
El problema no radica de manera limitada en posibilidades imaginativas de diseño. Se trata de asumir posturas políticas, sociales y económicas comprometidas, encaminadas sobre todo al bien común. Con el tiempo hemos aprendido bien que tenemos que hacer, sabemos como hacerlo.
Sabemos que necesitamos ciudades con sus arquitecturas, que combinen razonablemente distintas densidades construidas, privilegiando las densidades medias. Sabemos de la importancia de contar con espacios públicos variados y suficientes, incluyendo calles, plazas y jardines.
Sabemos de la importancia de las mezclas históricas, respetando preexistencias de patrimonios construidos, de las mezclas de usos del suelo y actividades distintas y complementarias. Necesitamos entonces con educación igualmente comprometida, compartir generosamente las distintas experiencias en el mundo, para tratar de vivir mejor colectivamente, como una sola comunidad planetaria.
Todo lo anterior lo sabemos, así como de las características arquitectónicas de los espacios habitables que requerimos. Necesitamos ser comunidades educadas y responsables, para enfocar nuestros esfuerzos en conseguir lo anterior.
Con educación que se traduce en economías y conductas adecuadas, podemos enfrentar y superar el Covid 19 y visualizar con antelación otras posibles enfermedades que nos depare el futuro. Primero educación y reflexión critica para imaginar el mundo que queremos, después educación y finalmente otra vez educación con visión inteligente, creativa, incluyente, diversa y humanista.
Si nos fijamos como propósito cumplir y realizar el conjunto de ideas científicas, culturales, políticas, económicas, arquitectónicas y urbanas que hemos estudiado y valorado a lo largo de los últimos cuarenta o cincuenta años, el futuro de la vida en nuestras ciudades puede ser promisorio. Pero si nos dejamos arrollar como se ha comentado por la ignorancia, la apatía, el egoísmo y la arrogancia, estamos condenados necesariamente al fracaso y a una vida llena de penalidades.
*Gustavo López Padilla
Arquitecto