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Una historia de abusos y policías

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Nota: el siguiente relato parte de hechos reales. Es una de tantas historias que se cuentan en el México de la guerra contra el narcotráfico y los abusos policiales.

Son las 22:00 horas de un viernes cualquiera. Es fin de semana, y el deseo de convivir y liberarse de las presiones de los últimos días por fin tendrá una salida.

Llegas a tu casa después de la jornada de trabajo y te encuentras con los amigos del barrio. Decides quedarte. Te cuentan que el plan es comprar unas cervezas y cotorrear en la banquitas de toda la vida.

La comitiva para ir por las frías, elegida democráticamente por los compas, te escoge a ti y al ‘Pecas’, el amigo de la infancia al que le tirabas esquina en la secundaria o preparatoria cuando se quería ‘sacar un tiro’.

Decididos, deseosos de llegar con elixir mágico y disfrutarlos con los compas, se embarcan a la aventura. La misión es llegar al ‘Supercito’, la tienda que está en la avenida para armar las municiones y emprender la noche de fiesta.

Llegan a la tienda y toda esta en calma. Sólo les llama la atención la patrulla que está parada al otro lado de la calle,en frente de la entrada del Supercito. Sobre todo porque los tripulantes, justo cuando ustedes arribaron a la tienda, les clavaron la mirada.

Entran a la tienda y cumplen el objetivo: comprar cerveza. A la salida, descubren que dos de los uniformados los están esperando. Uno de ellos se te acerca y te dice: “acompáñenos y no hagan una pendejada porque se los carga la chingada”. Dentro de la patrulla, que es una camioneta de las llamadas “perreras”, seis uniformados te miran y secundan a su colega.

Los oficiales los flanquean. Con un sutil movimiento, los uniformados los invitan a acompañarlos. Intentas poner un poco de resistencia pero te toman del brazo, te aprietan una vez más y repiten la amenaza: “acompáñanos y no hagas una pendejada”. Intentas argumentar que no hiciste nada, pero es imposible. Intentas oponer resistencia, pero los otros policías se suman a la querella y la supremacía en número te vence a ti y al ‘Pecas’.

A las 10 de la noche, en uno de los barrios más violentos de la ciudad, la gente ya no anda por las calles. Intentas buscar ayuda, pero es inútil. Los pocos que pasan desconfían y piensan que en realidad algo hiciste y por eso te llevarán a la patrulla.

Ya arriba del automóvil oficial, el conductor arranca sin rumbo fijo. Molesto, preguntas que a dónde los llevan. Los oficiales sólo se limitan a callarte y repetir: “ahorita nos van a decir la verdad”, acompañado de golpes en el estómago y cachetadas.

Llegan al río de aguas negras que se encuentra a unos cuantos kilómetros, lejos de las conglomeraciones. La patrulla se detiene en los carriles angostos que caminan paralelamente al ríode aguas negras, esos en los que asaltan a la menor oportunidad y las familias evitan.

Como en todo el trayecto, los golpes no paran y con una patada te bajan de la patrulla:

-A ver, cabrones, ya me dijeron que ustedes son la rata y que hace rato se chingaron a unos güeyes- dice el que parece ser el jefe de los uniformados en cuestión.

-No jefe-contestas-mi compa y yo sólo fuimos por unas cervezas. Regresamos del trabajo y sólo queremos pasarla bien.

El oficial no le resulta complaciente tu respuesta y te da un golpe en las costillas.

-No mientas, cabrón. Tú trabajas con todos los malandros de aquí. Si también vendes el vicio, no te hagas- increpa el policía, dando por hecho que formas parte del narcomenudeo de la zona.

El interrogatorio continúa por varios minutos; y los golpes también. El uniformado está convencido que a bola de puñetazos aceptaras su realidad, la culpa: que te dedicas a los negocios fuera de la ley.

Cansado el policía, a ti y al ‘Pecas’ los obliga a ponerse de rodillas detrás de la patrulla y a cerrar los ojos. Imaginas lo peor. Pasa toda tu vida por tu mente. Sientes que un uniformado se pone en frente de ti y con una soga, intenta amarrarte las manos y luego los pies.

Se crea un momento de tensión y zozobra. No detectas movimiento de los policías pero parecen que platican. Sólo oyes sus murmullos.

Uno de los policías se te acerca. Te quita las sogas que te colocó. Cualquiera que haya sido su plan inicial, se arrepintieron. Te toman del brazo y te levanta a ti y al ‘Pecas’.

Vuelven los golpes, esta vez para regresarte a la patrulla. Arriba, en tono amenazante, el oficial insiste: “ustedes son la rata y venden el vicio. Ya díganme, ¿quién es el bueno?”.

A pesar de los golpes, te mantienes firme. Insistes en tu inocencia. Sabes que cualquier intento por defenderte sólo devendrá en más castigo físico.

– Ya le dijimos, jefe, nosotros no andamos en eso. Sólo fuimos por unas chelitas.

Después de hora y media de sufrimiento parece que todo acaba. Con su tono áspero, el oficial se da por vencido. Ordena arrancar la patrulla. Después de tres vueltas por el rumbo, los arroja en una de las calles. Decide dejarlos ir, sin antes, aun en la patrulla, advertirles:

– Los voy a estar vigilando cabrones. Y no la hagan de pedo, si no, por eso luego amanecen sin cabeza.

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Edgar Rosas

Editor en Jefe de Centro Urbano. Egresado de la maestría en Periodismo Político de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García (EPCSG). Estudió la licenciatura en Comunicación en la Universidad Mexicana. Amante de la crónica y el reportaje. Admirador de Vicente Leñero y Miguel Ángel Granados Chapa.


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