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A los pies de San Judas

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Los “daños colaterales” de la llamada guerra contra el narcotráfico se cuentan por miles. A 2016, la cifra de muertos por la confrontación se calculaba en 100,000, muchas de ellas víctimas inocentes que no tenían nada que ver en el tema

¡Párate, cabrón! ¡Ya te cargó la chingada!, gritó el sujeto de sudadera negra que en la mano derecha portaba una pistola semiautomática y perseguía al “Búho”, uno de los narcomenudistas famosos de la zona.

La persecución, que inició minutos antes de las 7 de la noche, tuvo su momento cumbre en la Plaza San Judas, sitio enclavado en una unidad habitacional, entre mujeres, niños, y personas de la tercera edad que paseaban, así como mujeres que en grupo oraban a los pies de un altar dedicado al “santo de las causas difíciles”.

Con largas zancadas, el “Búho” buscaba perder a su verdugo, entre los edificios y comercios que conforman la Unidad Habitacional “El Reloj”, en un municipio tercermundista, de un estado tercermundista, de una República bananera.

El sicario, enviado para para acabar con el que se había convertido en el narcomenudista estrella de la zona, emitía ráfagas de balas con la firme intención de cumplir con el mandato de quien buscaba apoderarse de la zona para vender el negocio más fructífero de la era.

Sin embargo, las balas de aquella nueve milímetros, con incrustaciones de oro en el mango, se comportaban caprichosas la tarde de ese 21 de agosto de 2015, pues lejos de dar en el objetivo, sólo pasaban por los lados del vendedor y rebotaban en las bancas y juegos infantiles de la plaza que habían sido instalados para el esparcimiento de los lugareños.

Con la mira clara de salvar su vida, el «Búho» corría entre la gente, en busca de un escudo humano que detuviera las balas. Niños, mujeres, hombres, ancianos, cualquier persona era buena si servia para entorpecer el trabajo del sicario.

Al llegar al centro de la plaza San Judas, el «Búho» se escabulló entre el grupo de mujeres de la tercera edad que rezaban, mismas que, como cada viernes, llevaban sus ruegos y cánticos para pedir favores al santo:

“Oh glorioso Apóstol San Judas Tadeo, siervo fiel y amigo de Jesús, el nombre del traidor ha sido causa de que fueses olvidado de muchos, pero la Iglesia te honra y te invoca como patrón de las causas difíciles y desesperadas. Ruega por mí para que reciba yo los consuelos y el socorro del cielo en todas mis necesidades, tribulaciones y sufrimientos, para que pueda yo bendecir a Dios en tu compañía y con los demás elegidos por toda la eternidad”.

En su afán de salvar la vida ante aquel ataque, las mujeres buscarón tirarse al suelo, con las limitaciones que la edad ponía para ello.

La intención de ponerse a salvo no logró resultados, pues sendas balas impactarían en dos de las mujeres, cayendo intempestuosamente al suelo.

Mientras el ´Búho» se alejaba en el horizonte, y el sicario abandonaba su tarea al ver heridas a las viejecitas, los ríos de sangre brotaban hasta tocar el suelo de la plaza.

El efecto de las balas no tardaría más de 10 minutos en hacer estragos. Sin la presencia de paramédicos, aquellas mujeres de la tercera edad quedarían tendidas en el piso, sin vida, entrando en la cifra de los daños colaterales de una guerra iniciada en 2006.

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Edgar Rosas

Editor en Jefe de Centro Urbano. Egresado de la maestría en Periodismo Político de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García (EPCSG). Estudió la licenciatura en Comunicación en la Universidad Mexicana. Amante de la crónica y el reportaje. Admirador de Vicente Leñero y Miguel Ángel Granados Chapa.


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