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Un día a la vez

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¿Alguna vez te has preguntado qué se sentiría pensar que estás al borde de la muerte? ¿O sentir que tu cuerpo reacciona de tal forma que no puedes respirar, y que tus brazos y piernas tiemblan al grado de no poder controlarlos? Yo experimenté estos síntomas hace poco más de tres años.

Al principio pensé que estaba sufriendo un infarto, y mi mente se alteró; pasaron los minutos y yo me encontraba inmovilizada, mis piernas y brazos no reaccionaban; mi mente me decía que algo malo iba a pasar. Después los síntomas disminuyeron y a los pocos minutos desaparecieron.

Después de unos días, noté que los síntomas volvían y además empeoraban. Comencé a tener la vista nublada, mi capacidad de dormir fue disminuyendo, mi apetito cambió y había días que no podía comer alimento alguno. Los síntomas me preocupaban, ya no podía concentrarme, y cada actividad que realizaba era un reto para mí, por sencilla que pareciera.

Transcurrió casi un mes hasta que finalmente ya no pude dormir, ya no ingería alimentos y tampoco podía tener mi mente en claro; sentía como si fuera a enloquecer. Sé que lo último suena exagerado, pero realmente así fue. Estaba asustada, así que le pedí ayuda a mi abuela para que me acompañara al doctor, temía hacerlo sola, ya no me sentía capaz de hacer actividades por mi cuenta. La doctora familiar me examinó, me dijo que no presentaba ninguna alteración física que anunciara que algo estaba mal con mi estado de salud, pero que por lo que yo describía, podría tratarse de una crisis de ansiedad; así que me sugirió acudir a un hospital psiquiátrico para que me evaluaran.

Ese mismo día fui al Instituto Nacional de Psiquiatría en calidad de urgencia, ahí me atendieron y me hicieron un par de pruebas y cuestionarios para estar seguros de que yo estuviera pasando por una crisis de ansiedad. Al final, los doctores concordaron con que mis síntomas sí referían al diagnóstico y además agregaron que también presentaba síntomas de depresión. Me recetaron medicamentos y me enviaron a casa.

En ese momento sentí paz al saber que sólo se trataba de una crisis y que con los medicamentos todo iba a mejorar; pero no sabía que apenas iniciaba lo peor. Conforme fueron pasando los meses, yo no sentía mejoría alguna, al contrario, todos los días eran un martirio para mí, no disfrutaba ninguna de las actividades que realizaba, siempre tenía miedo y me sentía cansada la mayor parte del tiempo. Dejé de asistir a la escuela por temor a sufrir un ataque de pánico, además me era imposible concentrarme para realizar las tareas.

Poco a poco fui perdiendo la confianza en mí misma, me era muy fácil perder el control de mis emociones y llorar parecía un requisito del diario. Tampoco hablaba con otras personas acerca de lo que me ocurría, ya que las primeras veces que intenté expresarlo, los comentarios fueron: “échale ganas”, “no entiendo qué es lo que te pasa”, “¿esa enfermedad es real?”. Me sentía sola, incomprendida y triste.

Después de meses de citas con el psiquiatra y de muchos días aprendiendo acerca de mi enfermedad, fui adquiriendo una nueva perspectiva y me di cuenta de que tal vez no volvería a recobrar la “paz mental” que solía tener. De hecho, una de las razones por las que una persona llega a sufrir trastornos de ansiedad, es porque en el interior se tienen una suma de preocupaciones y problemas sin resolver, al evitar enfrentarse con ellos, la mente crea un estado de alerta y esto es lo que provoca los síntomas de la ansiedad.

También descubrí que pocas personas conocen acerca de las enfermedades de la psique, y que también existen muchos tabúes respecto a éstas. A las personas que nunca han experimentado un problema como éste, les es difícil ser empáticas con las personas que sí han sufrido estas enfermedades y sus síntomas, y aunque son más comunes de lo que se piensa, para cada persona son  distintas las manifestaciones; no es como tener un dolor de cabeza, todos saben qué tan molesto es sentir ese dolor, pero no todos han tenido la desgracia de experimentar un ataque de pánico.

Así fue que entendí que esta enfermedad requiere del vivir un día a la vez; también se necesita mucha paciencia y mucha sinceridad contigo mismo, debes cuidar la salud de tu mente así como cuidas la salud de tu cuerpo. Y aunque las personas no te comprendan, o te vean como alguien que sólo sufre porque quiere, no debes culparlos a ellos, es mejor darles información y hacerles saber que las enfermedades mentales como el trastorno de ansiedad y la depresión, son reales y muy comunes. Mira a tú alrededor y pregunta a tus familiares si se sienten bien, no solo física sino emocionalmente, tal vez descubras que sufren de algún problema similar, o tal vez los ayudes a ellos mismos a descubrir que lo sufren.

 

 

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Valeria Gómez


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