Una de las decisiones más difíciles en la vida de una persona que no sabe lo que quiere, es decidir su carrera.
Yo soy parte de esas personas.
Recuerdo perfectamente la prepa, a pocas semanas de terminar mi tercer año.
Todo mundo ya tenía escuela, todo mundo ya tenía un plan y yo…. Nada.
Exámenes de admisión, solicitudes, ensayos, becas, demasiado para alguien que paso su último año de preparatoria en área 2 (medicina), y odia la física.
También recuerdo esas vacaciones de verano.
No tenía muchos amigos en ese entonces (tampoco tengo muchos ahora), pero no soy el tipo de persona a la que le gusta desperdiciar su día acostada en la cama, entonces me levanté a escribir.
Podía pasar horas y horas escribiendo acerca de todo.
Me di cuenta de que el tiempo se iba rapidísimo cada vez que me sentaba a escribir, y poco a poco mis amigos lo notaban también.
Después de algunas semanas (si, tenía muchas vacaciones) mis amigos comenzaban a enviarme sus escritos para editar, incluso para corregir ortografía y redacción.
Tampoco resulté ser una erudita de las letras, pero disfrutaba mucho de hacerlo, aún lo hago.
Llegó el día de decidir, y me acuerdo de la cara de mi mamá al preguntarme: “Bueno, ¿qué es lo que más te gusta hacer?”, y yo le respondí con la cara en alto: “escribir”.
A lo largo del tiempo que llevo trabajando como reportera (o algo parecido, porque apenas soy becaria), les puedo decir que hay historias sorprendentes acerca de cómo mis compañeros tomaron la decisión de estudiar periodismo.
Les puedo contar de grandes personajes que los inspiraron, o de cómo su motivación fue el ser la voz de quienes no pueden hablar.
Mi historia es diferente. No fue mi vocación de toda la vida, ni un cambio en la sociedad. Solo fue una adolescente solitaria que tenía una pluma y una libreta a la mano, y me encanta.
Un día como cualquier otro, sin darme cuenta, descubrí lo que me gusta ¿no es sorprendente?…. Una historia de todos los días.
